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Los chips del poder

Opinión
Si fuera por los populistas, el mundo giraría alrededor del nacionalismo energético, la “autosuficiencia” y otros dogmas ideológicos expirados. Sin embargo, en mundo moderno, la geopolítica se juega alrededor de la supremacía tecnológica y el acceso a los elementos para lograrla. Mientras que en México y otros países con gobiernos de corte populista-nacionalista estamos viendo hacia el pasado del petroleo y el estatismo, en Estados Unidos, China y Europa se está jugando una nueva carrera por la supremacía tecnológica a través de los chips semiconductores.
Los chips no solo alimentan algoritmos sino que también reconfiguran el poder global. Estas tres regiones no compiten únicamente por quién liderará el desarrollo de la inteligencia artificial (IA), sino por quién establecerá las reglas.
En octubre de 2022, Washington endureció sus controles de exportación sobre semiconductores avanzados y equipos de fabricación de chips, dirigidos a frenar el ascenso de China en IA y sus capacidades militares. En 2023 y 2024, la administración del Presidente Biden amplió estas restricciones, prohibiendo que compañías como Nvidia exporten sus chips más potentes a China. La medida fue justificada como una forma de evitar que ese país los utilice en aplicaciones militares o en sistemas de vigilancia masiva.
Sin embargo, la estrategia estadounidense va más allá de la competencia tecnológica: es una doctrina de contención económica. La lógica es que quien controle los chips, controla la IA; y quien controle la IA, moldea el futuro. Por eso, el Departamento de Comercio ha presionado a aliados como Japón y los Países Bajos, país de orígen de ASML, único productor de litografía ultravioleta extrema para la fabricación de chips, para imponer restricciones similares. Europa ha cedido en parte, aunque con incomodidad.
Del otro lado, China ha calificado estas medidas como “intimidación tecnológica” y ha respondido con restricciones propias, incluyendo controles a la exportación de galio y germanio, minerales clave en la fabricación de chips. Mientras tanto, ha inyectado miles de millones de dólares para acelerar su autosuficiencia, consolidando campeones nacionales como SMIC y Huawei, cuyo chip Ascend 910B ha logrado avances notables pese al veto de componentes estadounidenses. Según Nvidia, la empresa líder de chips, su participación en el mercado chino cayó del 90% al 50% en menos de cuatro años. Paradójicamente, contener a China la ha hecho más resiliente.
Europa se debate entre depender de EE.UU., resistirse a China y construir su “soberanía digital”. La Comisión Europea impulsa iniciativas como la Ley de Chips y la Ley de Inteligencia Artificial, pero enfrenta una dura realidad. La mayoría de sus capacidades dependen del talento, el financiamiento y las cadenas de valor que fluyen desde el otro lado del Atlántico. Su papel, por ahora, es el de árbitro incómodo entre gigantes.
Para todo ello, México y América Latina, ¿dónde quedan? En una posición estratégica, si deciden jugar con visión. México, con su cercanía a EE.UU. y el T-MEC como ancla, podría convertirse en un eslabón clave en la cadena de suministro de semiconductores. Pero no basta con maquilar: se necesita política industrial, inversión en talento y ecosistemas de innovación que hoy no existen.
Es aquí donde deberíamos estar enfocados. Sin embargo, estamos dejando pasar una enorme oportunidad de política industrial al volcarnos al pasado de las energías fósiles y las manufacturas básicas.
Quien controle y participe en los chips, impondrá condiciones. Quien quede atrás, dependerá de decisiones ajenas. En este tablero geopolítico, los chips son las piezas más pequeñas, pero también las más poderosas.