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¿Por qué los autócratas populistas quieren tipos de interés bajos?
La popularidad a corto plazo de las políticas populistas puede contribuir a ganar elecciones, incluso si socavan el crecimiento económico a largo plazo. Dado que este enfoque inevitablemente genera malos resultados económicos a largo plazo, los líderes populistas necesitan tasas de interés bajas para evitar que sus partidarios reconozcan lo erróneas que son sus políticas hasta que sea demasiado tarde.

Foto: Especial
PROVIDENCE - El presidente estadounidense Donald Trump no oculta su deseo de que bajen los tipos de interés. Sostiene que abaratar el endeudamiento supondría, entre otras cosas, un ahorro de miles de millones de dólares para el gobierno en pago de intereses. ¿Quién puede oponerse a eso?
Por desgracia, como nos recuerda Mick Jagger, “no siempre se consigue lo que uno quiere”. Para empezar, la inflación en Estados Unidos ya se sitúa en 2.7%. No es una inflación galopante, pero supera la meta del 2% fijada por la Reserva Federal y el nivel en el que la Fed normalmente estaría dispuesta a bajar las tasas.
Quizá debería darnos alivio el hecho de que Trump no esté pidiendo una bajada de tipos de interés como forma de reducir la inflación: eso se lo oíamos decir al presidente turco Recep Tayyip Erdoğan. Empecinado en que los tipos de interés altos son causa de inflación, Erdoğan obligó al banco central de Turquía a bajarlos incluso en un contexto de subida de precios.
Como era de prever, los resultados fueron calamitosos. En 2022, la inflación turca superó el 80%, la moneda entró en caída libre y los ahorros de los hogares se evaporaron. El país no se alejó del abismo hasta que se restableció una política monetaria ortodoxa.
Y Turquía no está sola. Desde Argentina y la India hasta Venezuela y Brasil, muchos países han tenido que soportar mandamases empecinados en bajar los tipos de interés. Pero ¿por qué insisten los líderes populistas‑nacionalistas en esas demandas cuando está tan claro que la historia los contradice?
El problema es que los costos de endeudamiento para gobiernos, empresas y hogares no dependen solamente del tipo de interés oficial a corto plazo que fija el banco central. Más bien, son un reflejo de la percepción de solvencia de los deudores. Un banco que confía en la situación financiera de un cliente y en su capacidad de devolver un préstamo le ofrecerá mejores condiciones.
Del mismo modo, si los inversores confían en la trayectoria fiscal de un gobierno, en las instituciones del país y en sus autoridades monetarias, estarán dispuestos a ofrecer financiación en condiciones favorables; de lo contrario, exigirán tipos de interés más altos para compensar el riesgo. Por eso los mercados emergentes tienen que pagar intereses de dos dígitos por su deuda «de riesgo», incluso en un contexto de bajas tasas de referencia mundiales.
Es decir, que la Fed baje el tipo de interés oficial no garantiza un abaratamiento del crédito en el conjunto de la economía; ni para los consumidores y las empresas, ni para el gobierno. Si se deteriora la credibilidad fiscal o aumentan las expectativas de inflación, los tipos de mercado pueden subir aunque la Fed reduzca la tasa de referencia. Esto es lo que los autócratas no logran (o no quieren) entender, y explica por qué nunca ha habido un milagro de crecimiento en un país con gobierno populista.
A pesar de lo fácil que es comprenderlo, los autócratas populistas insisten en presionar para que bajen los tipos de interés, porque buscan algo que para ellos es más valioso que tratar de hacer lo correcto. La popularidad de sus políticas en lo inmediato puede ayudarlos a ganar elecciones, aunque debiliten el crecimiento económico a largo plazo. Como tarde o temprano esta estrategia dañará la economía, el autócrata necesita tipos de interés bajos para que sus simpatizantes no se den cuenta de lo erradas que son sus políticas hasta que es demasiado tarde.
Un buen ejemplo es la política arancelaria. Arancelar las importaciones reduce la productividad y disminuye la producción potencial de la economía a largo plazo. Pero siempre queda bien decir que uno está gravando a los extranjeros para poder bajar impuestos a los ciudadanos locales. Aquí, los tipos de interés bajos vienen al rescate, ya que ofrecen un respiro temporal contra los efectos adversos de los aranceles. Mientras consumidores y empresas puedan endeudarse con facilidad, “se las apañarán”, sin darse cuenta de que sus ingresos serán menores en el futuro.
Pero el autócrata arancelador debe actuar con rapidez, ya que si los aranceles frenan el crecimiento y elevan los precios, perderá las próximas elecciones. Por eso el gobierno populista tratará de presionar para que se bajen los tipos antes de que la desaceleración de la economía sea evidente, con la esperanza de disimular el daño causado por sus políticas. Pero es un juego peligroso. El crédito barato puede enmascarar debilidades estructurales, pero cuanto más se prolongue esta situación, más costosa será la factura cuando llegue.
Estados Unidos todavía tiene una importante salvaguarda a su favor: la independencia de la Fed. A diferencia de Turquía, el presidente no puede ordenar a la Fed que baje los tipos. Por supuesto, un presidente estadounidense decidido puede tratar de “colonizar” el banco central con leales o personas demasiado inexpertas o intimidadas como para resistir presiones políticas. En ese punto, la línea entre la autoridad monetaria y la autoridad política se vuelve borrosa y los mercados no tardarán en darse cuenta de que las bajadas de tipos no tienen respaldo en la realidad. Entonces las primas de riesgo aumentarán y se encarecerán los préstamos.
Eso expondría la vulnerabilidad creada por la trayectoria de la política fiscal estadounidense. Con una deuda federal que supera el 100% del PIB y altos niveles de déficit con visos de continuar, el país depende en gran medida de la confianza del mercado en la independencia y credibilidad de la Fed. Si esa confianza se debilita, puede haber un aumento súbito de los costos de endeudamiento, que contra lo esperado encarecerá el servicio de la deuda pública en vez de abaratarlo.
En definitiva, la idea de que se puede crear prosperidad bajando los tipos de interés es una ilusión populista. Las bajadas de tipos no pueden compensar políticas económicas erradas (por ejemplo, los aranceles). La credibilidad de la Fed es demasiado valiosa e importante para la estabilidad económica mundial como para sacrificarla en aras de la conveniencia política.
Traducción: Esteban Flamini
El autor: Şebnem Kalemli-Özcan, profesora de Economía en la Universidad Brown y directora del Global Linkages Lab, fue asesora sénior de políticas en el Fondo Monetario Internacional y economista principal para Medio Oriente y el Norte de África en el Banco Mundial.
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