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Ya pasaron 50 años

Salvador Novo. Foto: Especial
Salvador Novo – “un secreto a voces”, como lo calificó Carlos Monsiváis –, nació en la ciudad de México en 1904 y murió el 14 de enero de 1974. Fue el cronista más puntual de la vida mexicana, pero cultivó todos los géneros: fue poeta, dramaturgo, periodista y, desde muy joven, miembro destacado del grupo de Los Contemporáneos, entre los que se encontraban Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer y José Gorostiza.
“El tedio nos acechaba –escribe Villaurrutia en su ensayo “Seis personajes” describiéndose a sí mismo y a Salvador Novo. Pero sabíamos que el tedio se cura con la más perfecta droga: la curiosidad. A ella nos entregábamos en cuerpo y alma. Y como la curiosidad es madre de todos los descubrimientos, de todas las aventuras y de todas las artes, descubrimos el mundo, caímos en la aventura peligrosa e imprevista y, además, escribíamos. La vida era para nosotros… un poco literatura. Pero también la literatura era, para nosotros, la vida.” Así, la visión de aquella entrañable amistad donde ambos encontraron en las letras, la manera de hablar sobre ciudad, naturaleza, política, desilusión y amores ganados y perdidos.
Es claro que Novo tenía proyecto, ambiciones y amplios conocimientos sobre el arte, la historia, la cultura y los alcances de la difusión. Dice el prólogo de sus Obras Completas: “Parece que Novo simplemente levanta el libro de la mesa o la escena de la calle para conocerlos mezclándose con ellos”. Será por eso, lector querido, que sus artículos publicados en El universal Ilustrado de 1924, por ejemplo, fueron de rango muy amplio y contenido variopinto: la reseña de un encuentro de box, la historia de los baños públicos, un ensayo conmemorativo sobre Joseph Conrad, el reporte de una ojeada a las revistas norteamericanas de gran moda y un análisis serio y exhaustivo de Fernández de Lizardi, todo ello para consagrarse, por escrito, como gran conocedor de los cabarets, restaurantes y plazas públicas y privadas de la Ciudad de México.
Extenso y prolífico: Novo hizo poesía estremecedora y fuerte, con versos satíricos y a veces dolorosos. Fue director de teatro y dramaturgo, participó en la fundación del Teatro Orientación y del Ulises, mientras escribía la memoria política y cultural de nuestro país día a día y sexenio por sexenio, en los 13 volúmenes de La vida México en el período presidencial de… que corre desde los tiempos de Lázaro Cárdenas hasta los de Luis Echeverría. (Una obra que es muestra veraz de todo lo que sucedió en los hoy maldecidos tiempos del presidencialismo del pasado).
Fue también autor de libros memorables como Nueva grandeza mexicana, Historia gastronómica de la Ciudad de México, Nuevo Amor, y muchos otros de poesía, crónicas, ensayos y viajes. Famoso por haber sido el narrador más tenaz de los vicios y virtudes de la sociedad mexicana, cuentan que el simple periodismo de sociales salido de su pluma, se convirtió en historia de impecable prosa, levemente manchada por su filoso sentido del humor, que siempre puso en jaque a todos los “famosos”. Tal vez por ello, el presidente Díaz Ordaz lo nombró cronista de la ciudad de México en 1965. Y poco después comenzaron sus apariciones en televisión.

Novo fue un personaje que gustaba de la atención mediática, la moda, el espectáculo, la cocina y no vacilaba en mostrar sus tendencias amorosas en aquel momento consideradas equívocas. Manejaba razón, burla y sentimiento, demostrando siempre los increíbles dones de su genio, su poder de observación y un enorme registro de talentos. Ya ha pasado más de medio siglo, pero sus textos parecen no tener fecha de caducidad. Va un ejemplo para usted, lector querido:
En la entrada correspondiente al 15 de enero de 1969, del libro La vida en México en el periodo presidencial de Gustavo Díaz Ordaz, Salvador Novo escribe:
“En vísperas de asumir el poder el licenciado Miguel Alemán, se ha creado un Instituto Nacional de Bellas Artes encargado y responsable de todas ellas. Son muchos, en efecto los organismos ajenos al INBA que hacen “arte” o que la difunden. Desde luego la Universidad Nacional Autónoma. Su Dirección de Difusión Cultural dispone de una estación de radio, publica una revista, da conciertos y cineclub; suele usar el magnífico teatro en la Escuela de Arquitectura y el Auditorio de Medicina. Y fuera de su recinto sagrado ofrece exposiciones en la Casa del Lago de Chapultepec, en la galería Aristos de Insurgentes y dispone de dos teatros: el ex Caracol en la avenida Chapultepec y el Centro Universitario de Teatro en la Calle Sullivan donde antes fue el alegre cabaret Eco y hoy hay un foro isabelino. (…) Todo ello, a juicio de Carlos Chávez, debería centralizarlo y ejercerlo el Instituto Nacional de Bellas Artes. Parece que tanto lo que se esté haciendo o haya abdicado del INBA, en cuanto la transferencia de las actividades artísticas a otros organismos no hay nada que decir. Todo parece indicar que el complejo de las bellas artes se adquiere de manera incurable en el instituto.”
Salvador Novo siempre llamó a las cosas por su nombre. Mejor si eran inconvenientes, escandalosas o prohibidas, sin importar si se trataba de una conversación, una crítica, un lamento, o un soneto obsceno de sensual dedicatoria.