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Opinión

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Los debates de Salinas

En este país, la reelección es un mal fario , apunta -fuera de grabadoras- Carlos Salinas de Gortari. Huésped de Los Pinos entre 1988 y 1994, el economista graduado en Harvard y arquitecto de una trunca modernización de México sondeó, en las encuestas que levantó el equipo que encabezaba Ulises Beltrán e interpretó José Córdova Montoya, las intenciones de los mexicanos sobre ese tema.

En las bases de datos del Centro de Investigación y Docencia Económicas están los cuestionarios que la Oficina de la Presidencia procesó, a finales del sexenio, para calibrar el respaldo popular a una modificación constitucional en esos campos. En el primer trienio hizo estudios similares para pulsar el ánimo social sobre el restablecimiento de relaciones diplomáticas y la modificación al Artículo 27 constitucional.

Los afanes modernizadores del salinismo iban más allá de la apertura económica. Tres lustros después, hay quienes piensan que su intención era reelegirse. Y por eso tenía mediciones milimétricas.

A la distancia, Salinas de Gortari ni ve ni oye a los críticos de antaño. Tampoco quiere enfrascarse en nuevas polémicas. Por eso esquiva ahondar en la polémica sobre el bloqueo del grupo parlamentario del PRI en la Cámara de Diputados a la propuesta de reelección de alcaldes y legisladores.

La reelección es un mal fario , dijo el expresidente hace unos días al equipo del diario El País de España, que antier publicó un extracto de una entrevista de 30 minutos. Una versión de audio de esa conversación podrá escucharse esta noche en la tercera emisión de Hoy por Hoy, en W Radio.

El periodista Salvador Camarena, con un sarcasmo inocultable, le pregunta sobre su nuevo estatus de indignado. Desde la aparición, a mediados del año pasado, de su libro Democracia Republicana, Salinas ha pugnado por explorar una alternativa ciudadana para sacar adelante al país. Ese texto aglutina 723 páginas de obra y 231 de anexos estadísticos y documentos de apoyo.

A finales de este verano, Debate decidió presentar una edición aparte del tercer capítulo de la obra original. Mantuvo el título ¿Qué hacer?, además de las tesis centrales: un examen de las soluciones que plantean el liberalismo social y la democracia republicana.

La presentación del libro dio pie a la reaparición pública de Salinas, quien mantiene pleito encarnizado con su sucesor, Ernesto Zedillo. Y también con Córdova Montoya, quien fuera su principal asesor.

El origen del pleito está en las dramáticas horas del forzado remplazo del candidato presidencial del PRI, en marzo de 1994. Aún con el luto que debía guardarse a Luis Donaldo Colosio, lo que Salinas llamó posteriormente la nomenclatura priísta, comenzó a presionarle para que designara al sustituto. Él había pensado en llamar al entonces secretario de Hacienda, Pedro Aspe Armella, pero las dificultades que implicaba una reforma constitucional que permitiera su postulación eran insalvables.

Del desconcierto, al borde del caos. Algunos gobernadores se pronunciaban en favor del entonces líder del PRI, Fernando Ortiz Arana. Y un sector del gabinete, que personificó el secretario de Agricultura, Carlos Hank González, había decidido respaldar al secretario de Desarrollo Social, Carlos Rojas Gutiérrez.

Mientras en el despacho presidencial se procesaba esta decisión, Córdova Montoya, en complicidad con Liébano Sáenz y un tramo del equipo colosista, articuló los movimientos -sin autorización de su jefe- que derivaron en la designación de Zedillo.

Salinas nunca los perdonará. Y no miente cuando le dice a Camarena y a Luis Prados, corresponsal de El País en México, que durante su sexenio se redujo el poder del inquilino de Los Pinos.

En la entrevista -igual que en el libro- el expresidente condena el velo de la grisura en que trabajan nuestros intelectuales orgánicos . Ellos -destaca- son culpables de que se considere al salinato como equivalente de la presidencia imperial. Un nombre atractivo para vender libros, pero que es una distorsión mayúscula , censura.

Los intelectuales orgánicos a los que alude están divididos en dos corrientes: unos justifican al neoliberalismo -a quienes representaría el historiador Enrique Krauze- y al neopopulismo -encarnado por el activista Sergio Aguayo-; pero también abarcan a analistas políticos, como el excanciller Jorge G. Castañeda y Héctor Aguilar Camín, a periodistas -Carmen Aristegui, destacadamente- y a académicos.

En México, advierte Salinas, la República está en peligro; afronta amenazas internas y externas. Las primeras -por inmediatas- son las más ominosas y van desde políticas impuestas por los gobiernos neoliberales (que iniciaron con Ernesto Zedillo y se perpetúan hasta la fecha) hasta las acciones de neopopulistas enquistados en las administraciones estatales y en el DF.

Unos impusieron y sostienen una política económica antipopular. Otros quieren aplicar viejas fórmulas de reparto de recursos para mantener cautivas clientelas electorales. Aparentemente excluyentes, ambas opciones se hermanan por su menosprecio a los ciudadanos, según Salinas.

Las amenazas externas son próximas, geográficamente hablando. Por seguridad, Estados Unidos trata de inhibir el flujo de indocumentados, sí, pero también ejerce presiones hacia México en materia medioambiental, interesado en los recursos naturales no renovables. Y el gobierno mexicano ha sido displicente.

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