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¿Hacia una Sexta República Francesa?

Francia está en pie de guerra por el repudio popular contra el retraso de la edad de jubilación, y más allá del debate sobre la pertinencia o no de esta medida vale la pena señalar la responsabilidad personal en el conflicto de Macron, quien, pese a tener su popularidad por debajo del 30% insiste, de forma arrogante, en aprobar su reforma a las pensiones por decreto y sin hacer concesiones. El presidente francés no ha aprendido la lección y dirige al país como si de una “monarquía presidencial” se tratase. En la pasada campaña electoral había prometido atender más el sentir ciudadano. No ha podido o no ha querido hacer y ahora el país está incendiado. Su perfil distante y aristocrático los aleja mucho de la imagen del tribuno “cercano a las necesidades de la gente”. Por eso desde muy poco después de iniciado su primer mandato comenzó a ser impopular. Cierto, nadie puede negar su impulso renovador, pero no ha podido deslindarse de una concepción tecnocrática del poder.L
a V República Francesa padece de una creciente crisis de representatividad. El sistema semipresidencial creado a finales de los años cincuenta por el general De Gaulle fue sumamente exitoso cuando Francia necesitaba de una presidencia fuerte para salir de la grave crisis política y moral donde se encontraba a causa de la guerra de independencia argelina, y funcionó razonablemente bien durante las siguientes tres décadas bajo las presidencias Pompidou, Giscard, Mitterrand, y Chirac. Incluso fue eficaz durante los períodos de “cohabitación”, cuando el partido del presidente perdió la mayoría parlamentaria en elecciones intermedias. Pero desde principios de este siglo se hacen cada vez más patentes los problemas de funcionalidad y representatividad de un régimen donde el presidente ejerce demasiado poder en detrimento de la capacidad de control del Parlamento.
Los últimos presidentes han hecho un uso abusivo de sus facultades constitucionales. Ello constituyó un factor esencial en las fracasadas presidencias de Sarkozy y Hollande. Por su lado, Macron llegó al Palacio del Eliseo con la idea de ejercer una “presidencia jupiteriana” y se ha consagrado a una práctica solitaria de poder, ignorando como nunca al Parlamento y emitiendo decretos en una cantidad sin precedentes. Los críticos de este “hiperpresidencialismo” proponen revitalizar el Parlamento con un nuevo sistema donde el primer ministro tenga el principal protagonismo político y se sustituya al sistema electoral mayoritario a dos vueltas por uno de proporcionalismo puro para la elección de la Asamblea Nacional. En buena medida esta “VI República” restauraría el parlamentarismo característico de Francia durante las tercera y cuarta etapas republicanas, el cual, en su momento, fue tan criticado por De Gaulle, pero al parecer sería más apto bajo la óptica de las necesidades actuales de representación política.
La V República ya no tiene esencia verdaderamente parlamentaria, y, por lo tanto, ha perdido su naturaleza semipresidencial. Su carácter actual conduce a la omnipotencia del Ejecutivo ya una confusión de roles y responsabilidades. El primer ministro se ha convertido en un simple “jefe de gabinete” del presidente. Por otra parte, el régimen actual carece de organismos intermediarios capaces de escuchar y atender mejor las demandas y quejas populares y de coadyubar a estabilizar al régimen. En su ausencia, se construye una relación demasiado directa, personalizada e incluso violenta (como se ve) entre el presidente y los gobernados.