Buscar
Opinión

Lectura 8:00 min

El cruel verano de Biden

main image

Con la repentina reconquista de Afganistán por parte de los talibanes, el presidente estadounidense Joe Biden está aprendiendo con qué rapidez los "problemas de la bandeja de entrada" pueden descarrilar otros objetivos. Queda por ver si recuperará y salvará su agenda legislativa; la historia ofrece lecciones contradictorias.

STANFORD – El desempeño y el legado de un líder político suelen definirse más por el manejo de los temas que surgen durante su mandato que por que cumpla o no las hiperbólicas promesas y visiones de tierras prometidas de la campaña. Es una lección que el presidente estadounidense Joe Biden está aprendiendo en su primer verano en el cargo. La realidad se está metiendo en sus planes sin pedir permiso.

Muchos de esos temas llegan sin anunciarse, como sucedió con los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 o la pandemia del Covid-19; pero otros son más fáciles de prever, por ejemplo, una inflación persistente o una guerra prolongada.

Los problemas que Biden tiene en este verano pertenecen a la segunda categoría. Su agenda económica radical sacó a la superficie fracturas predecibles entre los congresistas demócratas y aumenta el riesgo de que votantes centristas e independientes lamenten la decisión que tomaron en la elección. Los demócratas temen ahora con razón que los republicanos recuperen la Cámara de Representantes en la elección intermedia de 2022.

Por supuesto que Biden todavía tiene tiempo para recuperarse. Pero es evidente que su luna de miel se terminó con la desastrosa decisión de retirar las últimas fuerzas estadounidenses de Afganistán sin un plan para la evacuación segura de conciudadanos, aliados y los miles de afganos que arriesgaron sus vidas dando apoyo a las operaciones dirigidas por Estados Unidos en el país, y que se agudizó con los atentados del jueves en el aeropuerto y un hotel en Kabul, que dejaron varios muertos -entre ellos soldados del ejército de EU- y cientos de lesionados.

Biden ignoró el consejo de diplomáticos y jefes militares que sostuvieron la necesidad de mantener una pequeña fuerza residual en Afganistán para dar inteligencia y apoyo aéreo al ejército local, que ha provisto estabilidad durante un año y medio sin una sola muerte estadounidense en combate. Y ni se molestó en consultar a los aliados en la OTAN cuyas fuerzas en el terreno superaban con creces el pequeño contingente remanente de los Estados Unidos.

Hasta antes de los atentados terroristas el jueves, los demócratas confiaban en que la debacle afgana perdería relevancia para los votantes en noviembre de 2022. Pero la caída de Kabul y los sucesos de los últimos días pueden tener un efecto duradero, al reforzar la idea de que Biden y sus asesores son débiles y están mal preparados para lidiar con un mundo peligroso. También puede poner en riesgo la agenda de política económica del gobierno.

La extrema izquierda del Partido Demócrata está pidiendo que la ley de infraestructura (con un presupuesto de un billón de dólares) que ya fue aprobada con apoyo de ambos partidos en el Senado se convierta ahora en moneda de cambio para asegurar la aprobación de un inmenso y radical proyecto redistributivo de 3.5 billones de dólares, lleno de nuevas prestaciones sociales permanentes sin contraprestación laboral. Es comprensible que los pocos centristas del partido opongan resistencia.

Pero las disputas en el Congreso no son los únicos motivos de preocupación económica de Biden. Ha habido un marcado aumento de inflación: el índice básico de precios al consumidor (inflación núcleo) subió más del 4.3% en el período de 12 meses terminado en julio, un nivel que en 1971 llevó a un presidente conservador, Richard Nixon, a imponer controles que distorsionaban la evolución de precios y salarios. Además, este indicador básico de inflación no incluye los precios de los alimentos y la energía, que son más volátiles y están subiendo todavía más rápido; es indudable que este dato influirá en los votantes interesados en su presupuesto.

Es verdad que una parte de la elevada inflación actual es un rebote respecto de los precios deprimidos del año pasado, y que una parte se origina en interrupciones “temporales” de las cadenas de suministro (por ejemplo, la escasez de semiconductores, que frenó la producción de autos). Pero si la Reserva Federal de los Estados Unidos tuviera que empezar a combatir riesgos inflacionarios antes de lo previsto, el costo de los intereses por el inmenso déficit de Biden (sumado al déficit enorme que acumularon Donald Trump y Barack Obama) subirá, y en poco tiempo su onerosa agenda de gasto interno se volverá insostenible.

Para colmo, la variante Delta del coronavirus está descontrolada, y la campaña de vacunación va con retraso respecto de las predicciones del gobierno (a pesar del enorme gasto y de las cotidianas exhortaciones presidenciales). En conjunto, estos factores amenazan con frenar la firme recuperación económica heredada por Biden.

El desempeño del gobierno en otras cuestiones también ha sido torpe. Tras restringir la producción local de energía, en un mal estudiado intento de acelerar la transición de los combustibles fósiles a la energía “limpia”, se halló hace poco en la incómoda posición de tener que pedir a la OPEP un aumento de la extracción de petróleo.

Los riesgos de reducir la producción de combustibles fósiles tendrían que haber sido obvios: Alemania sigue usando grandes cantidades de lignito (la forma de carbón más contaminante) para hacer frente a costos en aumento y a una red eléctrica sobreexigida; y la capacidad de producción de energía de California, el estado que “lidera” la transición, es varios gigavatios inferior a la necesaria para cubrir picos de demanda, y es probable que sufra una seguidilla de apagones por tiempo indefinido. Además, Biden dio vía libre a la finalización del gasoducto Nord Stream 2, que aumentará la dependencia europea respecto del gas ruso.

En tanto, su decisión de flexibilizar algunas políticas migratorias y de control fronterizo de la era Trump alentó un flujo récord de migrantes desde numerosos países hasta la frontera sur, donde organismos de beneficencia, hospitales y comunidades están sobrepasados, y se ha informado que a muchos inmigrantes ilegales con diagnóstico positivo de Covid-19 se les estaba permitiendo la entrada a Estados Unidos.

Gobernar sociedades grandes, diversas y complejas no es fácil. Implica opciones y concesiones que no son del agrado de todos. Pero tras una campaña en la que hizo la promesa explícita de restaurar la normalidad y la moderación, el gobierno de Biden se ha mostrado hasta ahora incompetente e inepto.

El ex secretario de defensa y director de la CIA Leon Panetta comparó la reconquista de Afganistán por los talibanes con el fiasco de Bahía de Cochinos para John F. Kennedy. Pero una analogía mejor es el infructuoso intento del presidente Jimmy Carter en 1979 de rescatar a los rehenes estadounidenses en Teherán. Carter nunca logró recuperarse políticamente, pero Kennedy sí, y después de aquello orquestó el final de la Crisis de los Misiles Cubanos, con un acuerdo por el que la Unión Soviética sacó sus misiles de Cuba a cambio de que Estados Unidos eliminara los que tenía en Turquía.

¿Podrá Biden recuperarse de los fiascos de este verano y salvar su agenda económica? ¿Producirá su imagen de debilidad otras crisis de política exterior a las que haya que destinar recursos y atención? La historia ofrece enseñanzas contradictorias al respecto. Tras heredar los inéditos niveles de inflación del desventurado Carter, el presidente Ronald Reagan apoyó los esfuerzos antiinflacionarios del presidente de la Fed Paul Volcker; la recesión resultante condenó a su partido a perder la elección intermedia de 1982. Pero después de eso, una firme recuperación le permitió obtener una enorme victoria para la reelección y varios triunfos posteriores en el Congreso, entre ellos la histórica reforma impositiva de 1986.

En 2019 Trump tenía buenas chances de conseguir la reelección, pero la pandemia de Covid‑19 y la recesión resultante se lo impidieron, a pesar del éxito de Operation Warp Speed, su programa para acelerar el desarrollo de vacunas eficaces. Al ritmo al que va, es posible que a Biden le vaya todavía peor.

El autor

Michael J. Boskin es profesor de Economía en la Universidad de Stanford y miembro principal de la Hoover Institution. Fue presidente del consejo de asesores económicos de George H.W. Bush entre 1989 y 1993, y encabezó la llamada Comisión Boskin, un organismo asesor del Congreso que destacó errores en las estimaciones oficiales de inflación de Estados Unidos.

Traducción:

Esteban Flamini

Copyright: Project Syndicate, 2020

www.projectsyndicate.org

Únete infórmate descubre

Suscríbete a nuestros
Newsletters

Ve a nuestros Newslettersregístrate aquí
tracking reference image

Últimas noticias

Noticias Recomendadas

Suscríbete