Competencia a conveniencia

Hay una enorme tensión en estos tiempos entre distintos objetivos de política pública en materia económica, incluyendo la de competencia, en México y en el mundo. Si a esto se suma el ciclo electoral global, el resurgimiento de los populismos nacionalistas, el contexto geopolítico y las inclinaciones naturales para dar ventajas a los amigos del régimen que sea, el resultado es que el discurso y la práctica en materia de competencia, hoy no tienen congruencia alguna en ningún lado.

Nadie puede oponerse abiertamente a promover la competencia y la libre concurrencia, ni a combatir las prácticas anticompetitivas, en beneficio de los consumidores y los mercados. Gobiernos de izquierda, centro y derecha tienen algún tipo de discurso al respecto, con variaciones marginales en cuanto a qué se reconoce como fallas de mercado que hay que corregir y qué intervenciones del Estado son aceptables. Casi todos los países del mundo tienen mecanismos de control de concentraciones y para perseguir violaciones a las leyes de competencia. Casi todos reconocen los peligros del poder económico privado sin cortapisas, que tiende a acumularse en perjuicio de la sociedad.

La semana pasada, se reunieron más de 4,000 practicantes, entre abogados, economistas y autoridades de competencia de todo el mundo, en el foro más relevante en la materia, organizado anualmente por la Barra Americana de Abogados (ABA por sus siglas en inglés).

Hay enormes coincidencias en la importancia de la competencia, aunque no del todo en su papel para combatir la inflación o, más ampliamente, para el crecimiento económico. También hay acuerdo en la necesidad de frenar el poder desmedido de las Big Tech, con un genérico reconocimiento de que son negocios de escala y con economías de red, por lo que tenderá a haber pocos jugadores en cada segmento, en posible detrimento de la innovación en los segmentos más concentrados.

Hay consenso en cuanto a la dificultad de usar herramientas tradicionales para determinar la legalidad de soluciones de precio diseñadas por algoritmos. Concurren los expertos en los retos de la inteligencia artificial usada para sustituir empleos profesionales hoy desempeñados por humanos, en tanto los large language models (LLM) existentes se alimentan indistintamente de información de buena calidad generada por humanos confiables, y de pésima calidad, e incluso de información generada por la propia IA, que puede ser literalmente alucinada (inventada por el LLM), sin conexión alguna con la realidad.

Pero incluso habiendo temas en los que hay acuerdo general, no puede negarse la existencia simultánea de otros intereses, legítimos y no tanto, que frecuentemente responden a lógicas muy distintas que la de la competencia como instrumento para lograr la eficiencia y los mejores precios. De esos se habla menos.

Los conflictos en Ucrania y Medio Oriente han detonado una economía de guerra, servida por grandes contratistas de países aliados, no necesariamente en términos competitivos. Los populistas nacionalistas quieren detonar la manufactura local y el consumo de lo hecho en sus propios países, pasando por alto los costos que pagan los consumidores por el proteccionismo. Las intervenciones estatales, más que corregir fallas en los mercados, están plagadas de conflictos geopolíticos, como el intento del Congreso norteamericano para prohibir Tiktok y el de China para hacer lo propio con WhatsApp y otras aplicaciones de mensajería, donde el bienestar del usuario es la última de sus preocupaciones.

Las candidatas presidenciales mexicanas no han hecho un planteamiento que ponga, de forma inequívoca y sin excepciones a modo, la competencia al servicio del consumidor, y el fortalecimiento de las agencias respectivas como un pilar de la política económica.

Por eso, aquí y en China (y en el resto del mundo), estamos en una época de competencia a conveniencia, donde los ciudadanos/ usuarios/ consumidores absorbemos con nuestros bolsillos las aspiraciones e ideas trasnochadas de nuestros gobernantes.