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Opinión

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A propósito del 4 de julio: ¿quiénes son los americanos?

Hace algún tiempo escuché en Radio UNAM un reportaje sobre los mexicanos en Estados Unidos, lo duro que es el camino a la frontera, lo difícil que es cruzarla, lo inhumano que es vivir bajo la persecución de la Border Patrol, los rangers y los vigilantes, los tráileres de la muerte y las múltiples humillaciones que día a día padecen nuestros paisanos. En un momento dado, el conductor del programa puso la canción “Somos más americanos”, de los Tigres del Norte. Una parte del estribillo dice así: “Aunque le duela al vecino, somos más americanos [los mexicanos en Estados Unidos] que todititos los gringos.” La canción me hizo reflexionar sobre el gentilicio “americano”. ¿Quiénes son los americanos?

Estados Unidos de América –ese es el nombre oficial– está celebrando otro año de existencia este 4 de julio. Y aunque el 4 de julio de 1776 las trece colonias británicas en Norteamérica declararon su independencia, ese día no nació Estados Unidos, sino dio inicio una guerra de independencia. Se puede decir que los Estados Unidos de América existen política y jurídicamente como un Estado nacional a partir de la entrada en vigor de la Constitución, y eso ocurrió hasta marzo de 1789, casi trece años después de la declaración de independencia. El Congreso y el primer presidente entraron en funciones ese mes de marzo, y la Suprema Corte un poco después, en febrero de 1790. Los habitantes del nuevo país tomaron para sí desde el primer momento, e incluso antes, el gentilicio y la nacionalidad de americanos.

Pasados unos siglos, los demás moradores del continente comenzaron a sentirse agraviados, porque, a fin de cuentas, también eran americanos, sin importar si eran argentinos o haitianos; los americanos de Estados Unidos, rapaces como son –dijeron–, les habían robado hasta el origen.

Americano puede entenderse en dos sentidos: latu sensu, es toda persona o cosa que provenga o tenga su origen en cualquier parte del continente americano; strictu sensu, son los nacionales de un país llamado Estados Unidos de América. 

He escuchado el disparate –yo mismo lo uso ya por inercia– de llamarlos “estadounidenses”, por aquello de Estados Unidos, y por aquello de que americanos somos todos, no solo ellos. Pero eso es un error, porque también los mexicanos somos estadounidenses: el nombre oficial de nuestro país es Estados Unidos Mexicanos –¡hasta el nombre les copiamos! –. ¿Por qué nos referimos a nosotros como mexicanos y no como estadounidenses? Muy simple: porque así quisimos, del mismo modo en que los americanos decidieron llamarse americanos, y no unitedstaters, o algo semejante.

Los que sienten animadversión hacia Estados Unidos dicen que americanos somos todos, desde Alaska a la Patagonia, y que es un abuso que se hayan robado hasta el gentilicio. Y sí, tienen cierta razón, en el sentido lato del término. Pero como gentilicio nacional no, y como nacionalidad, menos. Ninguno de los países de América, fuera de los Estados Unidos, tomó para sí el gentilicio ni la nacionalidad de americano. Cuando surgieron las naciones de este continente, ninguno de sus habitantes, salvo los de Estados Unidos, se refirieron a sí mismos como americanos. Los de Argentina se dijeron argentinos; los de México, mexicanos; los de Colombia, colombianos; los de Perú, peruanos, los de Brasil, brasileños; los de Venezuela, venezolanos; los de Chile, chilenos; los de Canadá, canadienses… Nadie de ellos dijo: “aquí no somos argentinos o mexicanos, o colombianos o chilenos; aquí somos americanos”. Nadie lo hizo. Y ningún ecuatoriano o chileno o uruguayo o paraguayo o mexicano o canadiense o cubano o nicaragüense que llega a un aeropuerto en Estados Unidos, Europa o Asia se baja del avión cantando “¡ay sí, ay sí, soy americano, soy americano!”, menos aún cuando le preguntan su nacionalidad y le piden el pasaporte. Así que dejémonos de gansadas y de actitudes patosas. Los habitantes de Estados Unidos de América tienen todo el derecho de usar el gentilicio de americanos y nadie debería sentir recelo por ello.

Nada dura por siempre, y si bien he leído algunos textos futuristas y distópicos que pronostican el colapso de los Estados Unidos –cosa que eventualmente ocurrirá, pues nada es eterno– en virtud de que las fuerzas progresistas que lo hicieron grande se verán en conflicto con el conservadurismo, la teocracia, el racismo, la violencia, el divisionismo y la muerte de la razón –la Guerra Civil nunca ha dejado de pasarles factura–, creo que ninguno de los que hoy moramos en el planeta estaremos vivos para presenciar esta debacle. Pero ello no es óbice para felicitar a nuestros vecinos del norte –sí, los americanos– por otro año más de existencia geopolítica.

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