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Desafiar al destino: el renacer de Román Ruiz con el deporte

Cuando todo pronóstico parece ir en contra, aparece el lanzamiento de bala y el deseo de volver a los estudios. Ramón cambió su diagnóstico médico y logró sus primeros Paralímpicos.

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El brazo de José Román Ruiz Castro (Culiacán, Sinaloa; 16 de agosto de 1988) es experto en romper el destino. Los médicos le habían advertido que si se quitaba la válvula que vivía en su cerebro luego de siete operaciones fallecería en algunos meses y, aun así, a él no le importó y pidió que se la quitaran. Actualmente suma seis años sin esa válvula y puede que sí muriera, porque nació una versión más fuerte que lo llevó a sus primeros Juegos Paralímpicos en Tokio.

“Ese es el momento más importante de mi vida porque ahí nació el Román que conocemos. Era como un loco, un monstruo encadenado en una cueva y en ese momento (2014) la cadena se rompió y fui libre, listo para comerme el mundo y me puse a hacer ejercicio”, destaca Román, quien logró en los Juegos de Japón el cuarto lugar de lanzamiento de bala en la categoría F36.

El destino se empeñó en cambiar la vida de Román sin explicación alguna. En 2010, cuando tenía 22 años, era estudiante de Ingeniería Mecatrónica en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) y un destacado jugador de basquetbol en su facultad. Siempre se había dedicado al deporte, pero encestar era una habilidad especial para él.

De pronto dejó de encestar tiros que solían ser muy sencillos. La causa fue que empezó a perder la calidad de su vista y el equilibrio, además de que un intenso dolor de cabeza y zumbido en el oído derecho se hicieron cada vez más presentes. Cuando consultó al médico, le dijeron que un tumor se estaba formando en su cerebro y requería una operación para salvarse.

“El diagnóstico de los médicos fue que (el tumor) no fue provocado por algo genético ni por un golpe. Yo ahora le veo un sentido, una razón, porque creo mucho en Dios: siento que este tumor me llegó para dar esperanza. Muchas personas me ven y se quedan asombradas con mi historia, esa es mi motivación y alegría, transmitir ese mensaje para que los demás puedan tener una vida más sana, duradera y que no se ahoguen en sus mínimos problemas, que muchas veces los confundimos con problemas insuperables”, explica Román a El Economista.

Para erradicar el tumor pasó por el quirófano siete veces, aunque desde la primera sufrió las repercusiones: inmovilidad, entumecimiento, complicaciones para hablar, falta de sensibilidad y otros daños a su sistema nervioso central, por lo que los médicos le aseguraron que nunca más volvería a hacer deporte y que tendría que vivir el resto de sus días con una válvula ventriculoperitoneal.

Pero a finales de 2014, luego de cuatro años de estudios y cirugías, fue cuando él le pidió a los médicos que le quitaran dicha válvula y en 2016 ya estaba de regreso en la Facultad de Ingeniería Mecatrónica (FIME) de la UANL para retomar su licenciatura. Ahí se reencontró con el deporte que tanto le había acompañado desde su infancia.

“Me canalizaron al departamento de deporte adaptado de la Dirección General de Deportes de la UANL, me hicieron pruebas y me dijeron que estaba apto para lanzar balas porque no podía correr, saltar, pedalear, nadar, ni muchas otras actividades. Desde que empecé en bala me puse la meta de ser campeón olímpico en las próximas olimpiadas. Estoy seguro que si no me hubieran puesto en lanzamiento de bala, en cualquier otra actividad deportiva hubiera sido el mejor”.

Desde finales de 2016 trabaja con el metodólogo cubano Alejandro Laberdesque y su hijo, Edwin, como entrenador principal. En su equipo se encuentra Diego Del Real, representante de México en lanzamiento de martillo en los Juegos Olímpicos de Río 2016 y Tokio 2020.

“Ha sido un cambio exponencial en mi cuerpo, combiné la bala con una rehabilitación de hidroterapia que me ayudó bastante también con la parte cognitiva en mis estudios, pues es muy importante estar activo y funcionando todo el tiempo. Cada año veo un cambio significativo, aún me quedan secuelas pero soy totalmente una persona diferente. Quería ser el Román de antes de la operación, pero ahora tengo la posibilidad de ser mejor 100 veces mejor”.

Tras clasificar a Tokio 2020 como el quinto mejor rankeado del mundo en su categoría, se quedó a 39 centímetros de subir al podio, ya que sus lanzamientos alcanzaron los 14.42 metros contra los 14.81 del ganador del bronce, el alemán Sebastien Dietz.

Al regresar de los Juegos Paralímpicos reanudará sus estudios, pues se encuentra por comenzar el tercer semestre de la Maestría en Administración de Negocios también en la UANL. En cuanto al deporte, visualiza competir en dos o tres ciclos olímpicos más, pero también quiere iniciar su faceta como emprendedor.

“Me gustaría poner un negocio y ayudar a las personas. Cuando tú eres bendecido por la vida y por Dios, sientes la necesidad de convertirlo y por eso quiero, en un futuro, poner una escuela de rehabilitación y ayudar a todas los que lo necesitan, yo viví eso y sé lo difícil que es tener limitaciones y costos muy altos en contra”.

Finalmente, el cuarto lugar del mundo señala que le gustaría una mayor proyección para el deporte paralímpico en México: “Que se le haga más publicidad, porque siento que todavía no es tan reconocido como el deporte convencional, antes de entrar al deporte paralímpico yo solo conocía las Olimpiadas”.

José Román Ruiz Castro

  • 33 años; Culiacán, Sinaloa
  • Eventos: Lanzamiento de bala, categoría F36
  • 4o lugar en Juegos Paralímpicos Tokio 2020
  • 5º lugar del ranking mundial en su especialidad
  • 1 medalla en Juegos Parapanamericanos (bronce en 2019)
  • Licenciado en Ingeniería Mecatrónica
  • Estudiante de Maestría en Administración de Negocios

fredi.figueroa@eleconomista.mx

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