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Leonardo Padura, de Hemingway a Cabrera Infante
El escritor recordó periodos de su infancia y juventud en ocasión de la publicación Ir a La Habana y a propósito de los 15 años de la aparición de El hombre que amaba a los perros.

La conversación. Padura charló con la escritora Rosa Beltrán en la Sala Miguel Covarrubias de Ciudad Universitaria.
Leonardo Padura está de visita en México. La tarde del miércoles, el novelista, ensayista y guionista cubano concentró el conversatorio La Habana, Trotsky y otras cosas. Padura en la UNAM , en la Sala Miguel Covarrubias, a propósito de la publicación de su libro Ir a La Habana y en el 15 aniversario del lanzamiento de El hombre que amaba a los perros , la historia del periplo de León Trotski tras su exilio de la Unión Soviética.
Fue la propia coordinadora de Difusión Cultural UNAM, Rosa Beltrán, quien conversó con el autor. La también escritora destacó el privilegio que ha tenido al ser testigo como escritor de la Revolución de 1959 y desde entonces narrar Cuba hasta nuestros tiempos.
A partir de esto, Padura recorrió los pasajes de su vida como un inseparable residente del barrio habanero de Mantilla, desde la infancia hasta nuestros días, donde sigue residiendo.
“Mi padre era masón. Llegó a tener el grado 33 de la masonería. Fue gran funcionario de la Gran Logia de Cuba y con él aprendí el concepto de la fraternidad. Lo vi practicar constantemente durante muchos años ese concepto que es la columna vertebral de la institución masónica. Con mi madre aprendí la solidaridad, en el sentido de la caridad católica. Fui a la iglesia hasta los siete años, estudié el catecismo un año, hice la comunión y después de eso le dije a mi mamá: ‘hasta aquí llegó mi relación con la iglesia porque los domingos son para jugar pelota, no para estar oyendo al cura decir lo mismo que ha dicho durante dos mil años’”.
El beisbol fue fundamental en su vida. “Practicando beisbol, aprendí algo fundamental, y creo que las nuevas generaciones han perdido esa perspectiva por la velocidad con la que se mueve el mundo hoy. Jugando beisbol con mis amigos aprendí que tú solo no puedes lograr las cosas, debes de tener otros que colaboren contigo y tú colaborar con otros para lograrlo”.
Este aprendizaje tanto le sirvió para toda la vida al premiado escritor cubano que, relató: “aprendiendo que había que colaborar para ganar, también adquirí un espíritu competitivo. Cuando uno juega un deporte, juega para ganar, no juega para perder, y ese espíritu competitivo fue lo que, en un momento determinado de mi vida, cuando ingresé a la universidad, en la carrera de Letras, por pura casualidad, y vi que hay otros colegas que escriben, por puro espíritu competitivo, empecé a escribir”.
Para beberse un daiquirí
Ernest Hemingway, declaró Padura en la Covarrubias, fue su primer gran deslumbramiento, en los años setenta. “Tan fue mi primero gran deslumbramiento que uno de los lugares a los que Lucía (López Coll) y yo, cuando empezamos a ser novios, íbamos de vez en cuando, era La Finca Vigía (el hogar del escritor norteamericano entre 1939 y 1960 y después fue convertida en museo). “Ese lugar me parecía y me sigue pareciendo la casa ideal para un escritor. Hemingway decía que era el sitio perfecto para vivir porque estaba a una distancia del centro de La Habana que duraba el tiempo que en un automóvil uno se toma un daiquirí. Esto lo hacía de verdad”.
No obstante, comenta Padura, esos años setenta “fue también una época de una increíble represión cultural en Cuba. Y lo sabíamos y no lo sabíamos. Lo sentíamos y no lo sentíamos. Lo percibíamos y no lo percibíamos. La sensación incluso de miedo era tan invasiva y estaba tan en el ambiente, que no las distinguíamos y lo estábamos sufriendo. En esa época, por ejemplo, hubo compañeros míos de estudios que fueron expulsados de la universidad porque eran homosexuales. Era la época del llamado decenio negro que, imagínate a cuántos y a qué escritores marginaron, que murieron en esa marginación José Lezama Lima y Virgilio Piñera”.
Se vivía dentro esa densidad, complementó el autor, que no se percibía así desde las nuevas generaciones de intelectuales en Cuba, “hasta que tuvimos esa perspectiva que nos permitió ver. Aprovechamos de ese tiempo las bondades que tuvo. Pudimos hacer una muy buena carrera universitaria y pudimos tener acceso a toda esa literatura, de la que estaba excluido, por supuesto un autor como Guillermo Cabrera Infante, que había que conseguirlo por distintas vías”.
Padura presentó recientemente Ir a La Habana , un paseo por los barrios de la ciudad en forma de historia autobiográfica entrelazada con textos literarios y artículos periodísticos, un homenaje a la idiosincrasia del pueblo cubano.