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Volver al teatro es hallar consuelo
No hay alta definición que se aproxime a lo que detona el espacio teatral, las miradas cruzadas de los actores con el público, la disciplina histriónica, la penumbra desde donde el espectador hace más que apreciar la obra: la vive.

Es la noche del jueves 25 de febrero. Algunas calles de la colonia Juárez lucen adormecidas. Las cortinas de los negocios parecen cautas, como queriendo guardar lo mejor de su vida nocturna para otro momento. A la distancia, sobre la calle de Milán, los edificios se tiñen con la luz roja del neón que sobre la marquesina del número 24 quiere gritar que el teatro El Milagro está abierto y esta noche hay función.
Volver al teatro. Hace apenas algunas semanas parecía imposible y aún es, en cierto modo, desconcertante. Han sido muchos meses de aislamiento y algunas pérdidas. Ya no somos los mismos que íbamos al teatro un año atrás. Los teatros no son los mismos que solían recibirnos.
Se trata de la puesta de escena de Texel / Texas, escrita por el dramaturgo holandés Jibbe Willems y producida en México por la compañía Lázuli Teatro. En la obra los personajes no mencionarán sus nombres, serán como fantasmas que se van apareciendo en escena y parecen atrapados en una instancia entre la vida y la muerte. Uno a uno disertará sobre la soledad, la depresión, el egoísmo; construirá muros entre sí y deconstruirá recuerdos.
Por su parte, ¿con qué dolencias llegará la gente al teatro estos días? ¿Qué sentimientos, a pesar de la más sórdida pérdida de familiares o amigos, nos mueven para volver al arte? Quizás el consuelo.
La pérdida es como una puesta en escena
En el recibidor se han instalado sillas rigurosamente separadas una de la otra. El público llega a cuentagotas y comienza a subir a la platea. Hay quizás una quincena de butacas lo más distanciadas entre sí. De frente, una construcción de ladrillos, un andamio y una zona de apariencia derruida visten el escenario. Un personaje yace boca arriba sobre un cúmulo de ladrillos. La inquietante posición del cuerpo sugiere que se ha roto varios huesos. Entre las sombras su cabeza parece descoyuntada. El actor permanece así por aproximadamente 10 minutos, todo el tiempo que toma al público estar en su sitio.
Comienza la función. De pronto, ese personaje encarnado por Enrique Arreola comienza a moverse, lento, extraño, como regresando las extremidades a su posición. El hombre habla y se arrastra, se incorpora sin apuro mientras diserta sobre la muerte. Acaba de arrojarse de un edificio. Este que habla es más bien el espíritu del cuerpo que yacía antes de iniciar la función. Es la posibilidad del teatro de trascender el cuerpo del relato.
Alrededor de este trágico final, desfilan por el escenario un joven y su madre, familiares del finado, ambos arrogantes y neuróticos condenados a sus privilegios y vanidades: a pesar de vivos parecen más muertos que el fallecido, quien se aparece ocasionalmente sobre el escenario, fumando un puro y mofándose de una vida a la que ya no pertenece.
Hay otros dos personajes que parecen almas en un limbo, que se comunican, que se hablan pero no se encuentran en ese lecho enturbiado por un humo artificial que se extiende más allá de los límites del escenario.
Cuánto extrañábamos los recursos escénicos, los cambios de luz, los olores que se extienden en la platea y el sutil desborde del actor más allá del proscenio. Sobre todo extrañábamos a la actriz en su soliloquio, postrando la mirada sobre alguien del público y echábamos de menos ser aquel que le sostiene la mirada, pese a sentirse intimidado, para no romper la tensión teatral.
No hay capacidad en la alta definición de una pantalla que al menos evoque el poder de las artes vivas. En una obra de teatro todo está en juego, también el cuerpo del espectador, sus goces y dolencias.
Dos días atrás, este que escribe perdió a un familiar cercano por complicaciones de Covid-19. No hubo tiempo ni espacio para despedirse, mucho menos para unas exequias. Con una pérdida así, el dolor se destila en un gotero de punta fina, es más fino y no por ello más llevadero. Volver al teatro en días de luto, sostener la mirada de quienes en escena se juegan la vida, por fin entregados al escenario, es un abrazo, es el consuelo que no sabíamos que andábamos buscando.
El aplauso al final de la función se extiende en entusiasmo y se convierte, sin una sola palabra, en aplauso por el tiempo que ha pasado desde la última vez que volvimos a cruzar las miradas en el teatro. Este que escribe también aplaude mientras levanta la mirada.
Texel / Texas, una obra sobre la soledad, la depresión y el egoísmo, en el Teatro El Milagro. fotos: cortesía
Teatro El Milagro
Del 24 de marzo al 18 de abril
Miércoles a viernes: 20:00 horas
Sábados: 19.00 horas.
Domingos: 18:00 horas
Dramaturgo: Jibbe Willems
Protagonizan: Enrique Arreola, Sergio Solís, Ricardo Rodríguez, Olinda Larralde Ortíz, Mahalat Sánchez y Romina Coccio
Entrada general: 250 pesos (hay descuentos diversos)
Para más información: