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Arte e Ideas

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El efecto Mandela, una de esas cintas raras que resultan joyas

La ópera prima de Arroyuelo Woolrich parte de la primicia de un artista NFT que pierde el dinero de la familia apostando en la blockchain. Lo que sucederá después será una serie de revelaciones más cercanas al grueso de la población de lo que se piensa.

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Han pasado más de dos milenios desde que Aristóteles reconoció y clasificó una de las grandes facultades del ser humano: la construcción y el entendimiento de la narrativa, esa capacidad de desarrollar un relato que llega a desafiar todo tipo de cánones hasta desembocar en algo que sería imposible si no se tratara de la ficción, pero al mismo tiempo resulta tan verosímil por la manera en que se cuenta.

Las herramientas para contar una historia se han diversificado con el paso de los siglos, desde la antiquísima tradición oral, hasta las experiencias de realidad virtual o aumentada y sus constantes innovaciones. Pero, como quiera que se llame su basamento tecnológico, el relato todavía abreva de elementos aristotélicos como la mímesis, la catarsis, la peripecia, la anagnórisis, el nudo, el desenlace, entre otros, para ir tejiendo la tensión narrativa.

Y es precisamente de esas cualidades, superpuestas en tantas capas como las que puede tener una cebolla, de las que se enriquece la película mexicana El efecto Mandela, ópera prima de Arroyuelo Woolrich, hablada en inglés y premiada en 13 ocasiones en circuitos de festivales independientes en Cannes, Roma, Londres, Berlín e India, entre otros.

Pero la analogía de las capas de cebolla como una metadiégesis no es una ligereza. La cinta se gestó así desde el guion, y así se le ha dado difusión, como una sucesión secreta de deus ex machina, una caja de pandora que más vale mantener entrecerrada para maravilla o pesar del espectador.

Exploremos las superficies que se asoman en esta cinta con una duración de prácticamente dos horas que se diluyen en un frenesí visual lleno de glitches, como si se tratara de un video mal renderizado e incongruente en el formato, una extrañeza del séptimo arte o, en palabras del realizador: “una narrativa inestable que se vuelve estable”.

Algo del argumento

“Basada en una historia real… la tuya”. Esa es la frase con la que se presenta la cinta en su portada. Y la primicia anuncia “un thriller que sucede en una ciudad llamada Megalópolis, donde un artista de NFT llamado ‘Nico.Rothko’ pierde todo el dinero de su familia en una mala inversión de criptomoneda”.

La inestabilidad emocional de Nico comienza a ser insostenible. Su madre aboga para que este (¿anti?) héroe de la película sea recibido por el psiquiatra de la familia. El encuentro con el especialista desatará la mescolanza que dará vuelcos amargos y dulces a su vida, no necesariamente en ese orden.

Lo que sucederá después en esta trama metida en una licuadora tocará temas tan diversos como el poliamor, las adicciones, la ceguera, la paternidad ausente, la diabetes, las lagunas de la memoria; referencias a cintas como Matrix, Tron y El efecto mariposa. Y, por extraño que parezca, todo esto irá cobrando sentido conforme pase el tiempo, se irá integrando en una historia que quizás incomode o conmueva a más de uno.

Un modelo no convencional de hacer cine

La cinta aspiró en tres ocasiones a hacerse del apoyo federal Eficine, pero no fue aceptada, a pesar de que, afirman su director y productor, presentaron carpetas robustas.

“Esta es una reacción a todos los rechazos que habíamos tenido de Eficine y los incentivos fiscales”, declaró Woolrich en la presentación de la cinta, en la sala THX de los Estudios Churubusco, previo a su estreno en salas del país el próximo 28 de abril.

“Fue un calvario de varios años de rechazos que siguen sucediendo, cosa que no nos importa, porque descubrimos una manera innovadora de poder financiar películas con la venta de acciones y puntos de la cinta. Esas acciones se pudieron adquirir a través de servicios, objetos o criptomonedas, etcétera. Eso nos dio la oportunidad de hacer la película que realmente queríamos hacer sin dar concesiones a marcas ni a gobiernos”, complementó el realizador.

El productor Mate Zúñiga agregó que “el problema es que cuando llegábamos a las mesas en donde se decidía si quedaba el proyecto o no, por alguna u otra razón no quedábamos (…) y con esto tampoco estoy juzgando ni hablando mal del Eficine, lo que quiero decir es que probablemente no nos conocían y no nos tuvieron confianza, y lo entiendo, pero gracias a eso fue que decidimos contar la historia, como sea, pero contarla”.

Lo que se generó a partir de esta decisión fue un esquema cooperativo en el que cada persona involucrada en la filmación fue consultada si estaba dispuesta a involucrarse con el financiamiento de la película, no necesariamente con dinero o criptomonedas sino con servicios o en especie, y, según su aportación, le corresponde un porcentaje de retorno de la misma.

“Probablemente hoy estemos encontrando una nueva manera de hacer justicia a todas las personas que participan en una película”, remató el productor.

Después de estrenarse en salas comerciales, El efecto Mandela se estrenará gradualmente en plataformas como Apple TV, Google Play, YouTube Premium y Amazon, entre otras.

El efecto Mandela

  • Estreno en cines: 28 de abril
  • Director: Eduardo Arroyuelo
  • Duración: 118 minutos
  • Idioma: Inglés
  • Presupuesto: 50’000,000
  • Elenco: Roberto Medina, Eduardo Victoria, Andrés Torrado, Diego Cooper, Mara Andress, Alice Cruickshak.

Curiosidad de la película:

La presentación de la cinta lanza al espectador una serie de cuestionamientos: “¿dentro de la pantalla de cuál dispositivo de quién estamos viviendo? ¿Nuestro drama personal es el entretenimiento particular de quién?”.

El efecto Mandela es aquel en el que se da por sentado un pensamiento colectivo sobre un hecho del pasado que en realidad no pasó o sucedió de manera distinta a como se piensa de manera popular, como un recuerdo colectivo alterado. Ejemplo: una gran parte de la población piensa que Nelson Mandela murió en prisión, en los años 80, pero en realidad falleció en 2013.

ricardo.quiroga@eleconomista.mx

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