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Arte e Ideas

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De infancia ilustrada y niñez instruida...

... o la biblioteca de Heriberto Frías, quien concordaba con la frase que dice que la única educación eterna y definitiva es estar lo bastante seguro de algo para decírselo a un niño.

Parece que sobre la educación sabemos todo. De obviedades a complejidades, el camino de las definiciones comienza afirmando que el principio de la educación es predicar con el ejemplo, la transmisión de la civilización, el arma más poderosa para conquistar el mundo, el pasaporte hacia el futuro, el ascenso más grande hacia la libertad, la medida de la grandeza de hombres y pueblos y hasta la forma más alta de buscar a Dios.

Sin embargo, tanta altura y frase célebre se queda corta cuando nos damos cuenta de que los primeros receptores de la educación son los niños, seres de pocos años y escasa madurez que, como los locos y los borrachos, según dice el refrán siempre dicen la verdad, prefieren los juguetes a los libros y, por añadidura, cargan con el fardo de ser considerados como la esperanza del mundo y la semilla de todo. Y somos los adultos los responsables. Madres, padres, maestros y gobiernos son los que deben educar. Y sí.

Por eso estamos ?como estamos

En México, los planes educativos nacieron con el país. El año de 1821, que oficialmente marca el inicio de la vida independiente del país, resultó complejo y difícil: era necesario imaginar a la nación, después dar paso a su construcción; luego, averiguar la forma de educar entre tanto proyecto añejo y novedoso. Entre los independentistas, borbonistas, iturbidistas, insurgentes y liberales de diferentes visiones culturales e ideológicas; había que decidir cómo educar a los nuevos mexicanos y la tarea era dura. Sin embargo, las declaraciones gubernamentales comenzaron a aclarar el punto: Nada puede contribuir tanto a la prosperidad nacional, como la ilustración pública y la acertada dirección que se dé a la juventud , publicó en 1823 el ?Supremo Poder Ejecutivo de la joven República.

Más pronto que tarde, el presidente Guadalupe Victoria declararía: La ilustración sirve para la existencia de las naciones, las educa y las conserva y bajo la misma óptica, Vicente Guerrero le seguiría diciendo Convencido de que las luces preparan y hacen triunfar el imperio de las libertades, abriré todas las fuentes de la instrucción pública. Los gobiernos populares, para quienes es un interés que los pueblos no vivan humillados, se apresuren a dar a las artes y las ciencias el impulso que tanto les conviene .

Las buenas intenciones quedaban asentadas y la palabra empeñada. Incluso, para dejarlo todo por escrito, se publicó un Reglamento ?General de Instrucción Pública; que se acercaba más al mundo de los hechos. En su artículo primero en su artículo 1° se anotaba que la educación debía ser pública y gratuita. El artículo 3° hablaba incluso del derecho que todo ciudadano tenía a instruirse; nadie pagaría por ello y que la instrucción sería uniforme y por los mismos métodos y tratados elementales . El artículo 33° prescribía el establecimiento de escuelas públicas de primeras letras para instruir a los niños y formar sus costumbres y más adelante proponía un plan de estudios donde se incluían las asignaturas de aritmética, geometría, gramática, catecismo religioso y moral (dos materias fundamentales para el nuevo Estado, por tratar temas cívicos y políticos) y sobretodo un especial énfasis en la enseñanza de la escritura y la lectura.

Estaba todo dispuesto pero la realidad de nuestro destino histórico complotaría para que tan fantásticas ideas se retardaran, cambiaran, desaparecieran o se convirtieran en otras. En aquel siglo de nuestra historia, donde invasiones, imperios, repúblicas, fusilamientos y reformas, las batallas estuvieron todos los días a la orden del día. Y ni para los niños alcanzaba el presupuesto.

No fue sino hasta finalizar el siglo XIX que surgió un original proyecto para la educación de la infancia mexicana. Y casualmente no se trataba de un instrumento escolar, sino de un hallazgo editorial que, además de éxito comercial, tuvo mucha aceptación entre los infantes de esa época: la Biblioteca del ?Niño Mexicano.

Se trató de una serie de cuadernillos ilustrados que reunía una serie de textos para niños, escritos entre 1898 y 1900 por Heriberto Frías e ilustrados por José Guadalupe Posadas. Gráfica y relatos fueron el deleite de quienes adquirieron quincenalmente la serie de fascículos publicados por Maucci Hermanos. La presentación y el texto fueron ideales: estaban compuestos por un promedio de cinco pliegos encuadernados a caballo–de 9 por 12 centímetros y cabían en la mano. Una vez que se abrían las páginas, el infantil lector se encontraba con cuentos muy sencillos que, a través de leyendas e historias de guerreros, princesas, caballeros, héroes y caudillos, contaban pasajes de la historia nacional desde la época prehispánica hasta el gobierno de Porfirio Díaz. Todo ello sin fechas que aprenderse, largos nombres que recitar, con portadas a todo color que eran cromolitografías firmadas por Posada y con espléndidos grabados en blanco y negro en las páginas interiores. Un festín. La historia nacional con sabor a chocolate, colorida como una piñata, emocionante como coleccionar canicas y divertida como jugar a la pelota.

Los 85 cuadernillos, donde la narrativa grandilocuente de Heriberto Frías contaba tragedias y episodios de madres torturadoras, apuñalados, héroes fusilamientos, apariciones y fantasmas, se convirtió en un emocionante suspenso, en un no poder esperar para leer el próximo fascículo y averiguar qué había sido de la preocupación de La princesa Flor de los Lagos porque su hija Rayo de Gloria duerme y duerme y no despierta, o el ganador de la batalla entre el Águila Coahútly, la serpiente y el Tigre, o decidir quién es mejor: el Caballero Misterioso, el Héroe de Centla o el de Cuautla, o qué habrá sido más terrible, la Conspiración del Marqués del Valle, el incendio del último Teocalli o las infamias de la Cruz de La Aurora.

Así, y a pesar de una vida desdichada de cárceles, penurias, alcohol y desencanto, Heriberto Frías no enterró con sus muertos su talento y escribió una gran obra con cuentos de monitos logrando exaltar el sentimiento patrio para quienes recién empezaban a descubrirlo. Él mismo lo describe:

¡Qué bellos esplendores dejó en nuestros recuerdos, la historia del antiguo Anáhuac! Por eso en breves que son cuentecillos ligeros y fantásticos, fui dejando, para los niños de mi patria, pálidas imágenes; porque, en verdad, creo que serán también algo así como fábulas... históricas, fábulas donde se vea como tras un maravilloso prisma, la iluminación de todo un pasado espléndido y digno de ser conservado en la mente de todos los niños que aman a su gloriosa patria mexicana! .

Y luego, dirigiéndose a su pequeño público, escribe:

¡Oh mis buenos lectores, amigos míos, que juntos emprendimos memorables viajes por la historia y la leyenda nacional, sin fatigarnos con fechas, sitios y pesados nombres, que estos estudios serios vendrán más tarde, para cuando vuestra inteligencia esté en razón; venid otra vez a seguirme a que contemplemos los últimos instantes de los héroes mexicanos! .

Frías no se ocupó de definir la educación, ni de hacer ensayos o tratados pedagógicos. Pero era obvio que concordaba con aquella frase que dice que la única educación eterna y definitiva es estar lo bastante seguro de una cosa para decírsela a un niño.

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