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Opinión

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Trump lanza un reality show: matando a la diplomacia

Donald Trump interpreta y produce el primer reality show de política exterior: humilla, somete, premia, insulta, miente, ríe.

Ya no es The Apprentice (El Aprendiz), el concurso donde Trump evaluaba a través de su canon laboral las aptitudes y defectos de candidatos a un determinado puesto: un reclutamiento televisado donde la humillación generaba rating.

Ahora, Trump interpreta el papel de presidente de Estados Unidos. Su objetivo es cambiar las reglas que su país impuso luego de la segunda guerra mundial.

Es Zelenski, pero también Trudeau; es Sheinbaum y Mulino; es Frederiksen y Scholz; es Maduro y Xi Jinping.

Por el paredón de la humillación también han pasado y seguirán haciéndolo organismos multilaterales, agencias de cooperación y tribunales internacionales: la Unión Europea, la ONU y sus brazos temáticos (como Trump lo hizo con la Unesco y el Consejo de Derechos Humanos durante su primer gobierno), la Organización Mundial de la Salud, Acuerdo de París, Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) o la Corte Penal Internacional, entre otros.

Ahora, Elon Musk aplaude la iniciativa del senador republicano Mike Lee que consiste en que Estados Unidos abandone la ONU.

Elon Musk participa en el reality interpretando el perfil de cripto-presidente. Despliega el multiverso que no comprende la mayor parte de la población estadounidense (ni del mundo), pero su látigo azota sobre la administración pública federal: si no escribes tus logros de la semana pasada en un correo electrónico, te despedimos.

Agentes de la CIA, de la Agencia Nacional de Seguridad, del FBI o militares deberían de describirle a Musk sus técnicas de espionaje, los nombres de los espiados o de los asesinados.

El reality de Trump muestra la forma en que Estados Unidos se desconecta del orden internacional. No quiere contrapesos. No cree en organismos metaconstitucionales.

El modelo que ha durado más de 50 años, y donde el rey fue la economía, el desarrollo y la colaboración, Trump decide que ya se agotó. Ahora, la seguridad es el rey.

En la cumbre de la OTAN de Bucarest en 2008, el presidente George W. Bush empujó a Ucrania a la frontera de la OTAN. Quería que ingresara a la Alianza pese a que Sarkozy y Merkel no lo recomendaban.

El viernes, bajo el guion adaptado de “que pase el desgraciado”, le tocó a Zelenski pasar por el paredón de la humillación. Acepta el acuerdo escrito por Trump o se queda en el limbo. “No tienes cartas”, dijo Trump en su mundo vegasiano.

A la presidenta mexicana Trump la ha amenazado con enviar drones y a evacuar de México a narco políticos. Ya escribió en blanco y negro los vínculos entre políticos con el narco. Con muchas menos peticiones AMLO le dedicó una pausa al entonces embajador Ken Salazar.

La presidenta Sheinbaum traduce la humillación de Trump en su mañanera (con orgullo hecha en México) a través del metaverso: la “corrupción” de los jueces. “Bendita reforma judicial”, dijo la presidenta mexicana la semana pasada.

Quizá, el producto más humillante (no oficial) de Trump, hasta el momento, sea el video hecho con inteligencia artificial sobre la mutación de la Franja de Gaza en una sucursal de Las Vegas.

El derecho internacional es enemigo de Trump. Acudimos a su destrucción a través del reality.

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Fue profesor investigador en el departamento de Estudios Internacionales del ITAM, publicó el libro Referéndum Twitter y fue editor y colaborador en diversos periódicos como 24 Horas, El Universal, Milenio. Ha publicado en revistas como Foreign Affairs, Le Monde Diplomatique, Life&Style, Chilango y Revuelta. Actualmente es editor y columnista en El Economista.

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