El concierto que lo tiene todo

La muy probable ganadora de este año en los Globos de Oro (este domingo) en la categoría de Mejor cinta en lengua extranjera es Le concert y se estrena este fin de semana en México con el nombre de El gran concierto.

Y se puede decir aún sin haber visto a las otras contendientes (más que la mexicana Biutiful) porque El gran concierto tiene prácticamente todo lo que uno puede esperar en una película.

Basada en un dramático hecho real, la expulsión, por orden de Brezhnev, de los músicos judíos de las orquestas rusas y de los rusos que se atrevieran a apoyarlos, la cinta construye una magnífica trama que combina el drama y el humor en partes iguales.

Además, si hacemos caso al director y guionista de la película, Radu Mihaileanu, y creemos efectivamente que la música es el alma verdadera de un filme , El gran concierto se basa en el que para muchos conocedores es el más bello y apasionado concierto para violín de la historia, el de Tchaikovsky.

Y como si eso fuera poco, los adorables personajes están interpretados por actuaciones tan acertadas que pueden entrar y salir de la comedia o hasta la farsa para llevarnos al drama y de regreso.

Revivir una orquesta

Andrei Filipov (Alexei Guskov) era el director más importante de Rusia ya que tenía a su cargo la orquesta del Teatro Bolshoi, pero un día, a mitad de una presentación, un funcionario del represivo gobierno de Brezhnev lo corre.

Filipov se queda trabajando en el Bolshoi, haciendo la limpieza y esperando, en vano, la oportunidad de volver a dirigir.

Pero un día, casi sin querer intercepta un fax donde se invita a la orquesta del Bolshoi a tocar en el Chatelet de París en sustitución de la orquesta de Los Angeles que canceló, y Filipov decide juntar a sus viejos camaradas para cumplir con el compromiso. Lo ayudan su amigo del alma y chelista Sacha Grossman (Dmitry Nazarov) y el ex funcionario que le rompió la batuta, Ivan Gavrilov (Valeri Barinov), quien es también un gran agente y productor.

De los clichés y la impostura al drama sublime

A lo largo de la cinta, Mihaileanu entra a casi todos los clichés posibles: los gitanos son escandalosos, los judíos hacen negocios en cualquier circunstancia, los franceses son amanerados y un tanto pesados, los rusos con poder son una bola de mafiosos, y de todos ellos sale airoso, haciendo una burla ingeniosa y divertida pero también cariñosa y amable.

Particularmente tiernos resultan los viejos comunistas, que arman sus manifestaciones nostálgicas con puros acarreados.

Por otro lado, hay en la cinta un misterio, que se va revelando poco a poco, en torno a la que Filipov insiste que sea la violinista solista, Anne-Marie Jacquet (Mélanie Laurent, quien se pasó tres años estudiando violín para hacer creíble a su personaje).

Y es esta historia oculta la que realmente importa más allá de la aventuras de los músicos, la que tiene una dimensión comparable al concierto que pretenden tocar… Aunque ambas son historias de imposturas y por tanto, de alguna manera, un reflejo del alma del director que nos muestra el lado de comedia y el dramático.

La impostura es un tema que se ha apoderado de mi trabajo sin darme cuenta. Tal vez tiene que ver con el hecho de que mi padre, cuyo apellido era Buchman, se vio obligado a cambiar su nombre durante la guerra para poder sobrevivir. Se convirtió en Mihaileanu para poder enfrentase primero a los Nazis, luego a Stalin .

Dice el escritor Ricardo Piglia que un buen cuento tiene dos historias, la evidente que se está leyendo y otra que transcurre subrepticiamente y que se revela al final.

Así, en El gran concierto, vemos por un lado la aventura de Filipov reuniendo y convenciendo a sus antiguos músicos, pero el verdadero drama está oculto. Entre ambas historias logran un magnífico cuento.

mlino@eleconomista.com.mx