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De la mano, con la virgen morena
El culto que se ha convertido en la tradición mexicana del 12 de diciembre.
Cada 12 de diciembre la comunidad católica mexicana —es decir, casi todos los nacidos aquí— venera a la virgen de Guadalupe. Muchos por convicción propia, otros por una costumbre que tiene que ver con el convencimiento más auténtico. Esta celebración popular, de tradición centenaria, ha caracterizado al pueblo mexicano en el mundo. Aunque religiosa, su figura ha repercutido y aparecido en el devenir histórico y político de nuestro país.
Y la celebración está anotada, incluso en nuestras leyes más primigenias: José María Morelos la incluye como un deber oficial en Los Sentimientos de la Nación y repite la obligatoriedad de festejarla en la Constitución de Apatzingán. Vale la pena revisar su historia más detenidamente, ya que mañana es su día y no hay nada mejor que llegar a las fiestas con conocimiento de causa.
La Virgen de Guadalupe es una advocación de la virgen María. Al pasar el tiempo se convirtió en Nuestra Señora y se fue construyendo, cristalizando símbolos, acumulando funciones y catalizando anhelos y necesidades. Consolidada dentro de la estructura del pensamiento e imágenes cristianas en la época del descubrimiento y conquista de América, su imagen llegó al nuevo continente con los aventureros y luego con los conquistadores. La trajeron consigo, pues era el lazo de unión con la tierra que dejaban atrás y como abanderada de la nueva religión. Le pasó como a todas: la imagen de la Virgen María, la de los Remedios o de la Candelaria fueron adoptadas a las localidades a donde llegaron los españoles y decidieron llevar a cabo el culto. En México, después de la conquista militar comenzó la conquista espiritual y los elementos cristianos fueron implantados en las nuevas tierras. Allí comenzó el sincretismo, la sobreposición religiosa y la síntesis teológica, que habrían de bautizar a la naciente Nueva España.
Muchas de las imágenes religiosas traídas desde la península española fueron impuestas, pero muchas otras cambiaron sus atributos para relacionarse con dioses prehispánicos que sustituyeron y algunas veces hasta perdieron su significación original. El caso de la virgen de Guadalupe es peculiar y como ningún otro, pues la tradición considera a su imagen como acheropita; es decir, jamás tocada por la mano humana y de origen sobrenatural.
No es extraño si usted recuerda, querido lector, que el culto guadalupano surge con las apariciones de la virgen al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac. La historia cuenta que en los primeros días de diciembre de 1531, el indio Juan Diego paseando a las faldas del cerro del Tepeyac escuchó una voz que lo nombraba: subió el cerro y vio a una “doncella” luminosa, quien le dijo que era la Virgen María y le pidió que le construyera un templo. Juan Diego le prometió cumplir su petición. Se dirigió con fray Juan de Zumárraga, el arzobispo, y le contó lo sucedido. Éste le pidió pruebas. En la tercera aparición, la virgen ayudó a que el tío de Juan Diego, Juan Bernardino, recuperara la salud y tras ello, la virgen le pidió cortar flores, tocó la tierra, aparecieron unas rosas magníficas y le pidió que las llevara al obispo como prueba. Al presentar las flores a Zumárraga, Juan Diego soltó la tilma donde las traía y en ella se vio pintada su imagen, todo ello un gran milagro para comprobar ante Zumárraga. Poco después, al visitar a su tío Juan Bernardino, éste le contó que en su enfermedad, también se le había aparecido y le había pedido lo mismo que a él, construirle un templo, esa fue la quinta aparición.
Una gran discusión se entabló respecto a la veracidad del relato: muchos dijeron que era una invención; otros que era una superchería, algunos, como don Fray Servando Teresa de Mier, que era una verdad más grande que una iglesia, pero que la virgen se le había aparecido a Santo Tomás en el primer siglo de nuestra era y la traía impresa en su capa, que nada de hablar de ropajes indígenas, ni tilmas, ni flores. Fray Servando fue castigado y hasta juzgado por la Inquisición, a Zumárraga, no le costó la vida creerle a Juan Diego, el hecho es que a partir de esa manifestación en el cerrito se conformó un culto que hoy persiste.
Los ritos en el cerro del Tepeyac, además, tienen su origen en la época prehispánica. En donde hoy está la basílica, se veneraba a la diosa Tonantzin, que en náhuatl significa “Nuestra Madre”. Tras la conquista, el lugar continuó siendo de culto, pues ahí se edificó una ermita realizada por los primeros misioneros franciscanos para sustituir el culto, que ellos pensaban idolátrico por el cristiano. Esa ermita sería de indios que verían en ella un nuevo adoratorio a cambio del que se les había destruido. El culto inicial en el Tepeyac no fue a la Virgen de Guadalupe, pues, a decir de O’Gorman: “La advocación litúrgica de la ermita no fue la de ninguna virgen en particular. Era el recinto de la madre de Dios”.
Fue hacia 1556, a partir de la colocación de la imagen de la virgen, supuestamente realizada por “un indio pintor”, la que se colocó en una vieja ermita del Tepeyac. Muchos dijeron —y siguen pensando— que no hubo tal pintor y que era la imagen que estaba estampada en la tilma de Juan Diego. Fue entonces cuando surgió la veneración novohispana e indígena y la advocación de la Virgen de Guadalupe. Según algunos documentos de la época, “la virgen realizó un milagro al devolverle la salud a un ganadero que la visitó en su ermita, difundió la noticia e hizo crecer la devoción de la gente”, incluso, entre “los vecinos españoles de la Ciudad de México”, a quienes les surgió “la necesidad de darle un nombre”.
Tal nombre, el de Guadalupe, se decía, fue tomado de la virgen de Extremadura, a la que según los hombres de la época, se parecía a la de México (es comprensible, porque la virgen de Extremadura es de raza negra y por eso aquello de nuestra “virgen morena” nos ha quedado al dedillo).
Actualmente, el culto guadalupano, la devoción a su figura y su celebración popular cada 12 de diciembre siguen vigentes; incluso, a manera de “reforzar la identidad de los mexicanos”, como “profundos religiosos”, incluso más allá de la realización de exvotos, recorrer el atrio de rodillas y prenderle veladoras, hasta se televisan las llamadas mañanitas a la virgen. Desde el inicio, el culto a la Virgen de Guadalupe ha sido objeto de estudio y discusión: ¿invención o milagro? Pero creyentes o ateos, todos reconocen que tal devoción nacional tiene una significación característica de nuestro país como pueblo devoto. Tanto, que se ha acuñado la frase: “Todos los mexicanos somos guadalupanos”. Y ¿a poco no, lector querido? Mañana es su día. Mañana empieza el maratón que todos correremos hasta pasar el año que se va y llegar al Día de Reyes.