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Opinión

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El reto de gobernar a la sombra de un líder carismático

Los líderes carismáticos basan su política en la capacidad de hechizar. Su reto que inspira y su comportamiento, están pensados para contener las desalentadoras verdades de la vida cotidiana”. Henry Kissinger

La presidenta Claudia Sheinbaum es la sucesora de un presidente sumamente carismático como Andrés Manuel López Obrador. Suceder a un líder con ese carisma y apoyo popular, presenta grandes retos. En este artículo de dos partes, analizaré a tres sucesores de líderes muy carismáticos, cuyos resultados fueron diametralmente opuestos; Dilma Rousseff, quien asumió la presidencia de Brasil, al terminar el mandato de Luiz Inácio “Lula” da Silva en 2011, Anthony Eden, quien fue nombrado Primer Ministro de Gran Bretaña en 1955 al renunciar Winston Churchill y Anwar Sadat, quien fue sucesor del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, cuando éste falleció en 1979.

Dilma Rousseff participó activamente en su juventud en los movimientos revolucionarios que se dieron a raíz del golpe militar de 1965. En 1970, fue arrestada, viviendo en prisión tres años, donde fue torturada, hecho que marcó su vida con un compromiso con la izquierda y la justicia social. Al terminar la dictadura en 1985, Dilma estudió la carrera de Economía y después se integró a la política, primero participando en el Partido Democrático del Trabajo (PDT) y luego en el Partido de los Trabajadores (PT), donde conoció al carismático líder sindical Luiz Inácio “Lula” da Silva, quien se convirtió en su mentor por las siguientes décadas.

Cuando Lula llegó al poder en el año 2003, nombró a Dilma Ministra de Energía y Minas, por su afinidad ideológica, su capacidad tecnocrática y su pragmatismo. En 2005 la nombró Jefa de Gabinete. Al finalizar su segundo mandato con un elevado nivel de aprobación, Lula la designó como su sucesora. Dilma asumió la presidencia de Brasil en el 2011, siendo la primera mujer en llegar a ese cargo en su país. Dilma heredó un país en crecimiento, con finanzas públicas aparentemente sanas, pero con un legado de gasto social que resultó insostenible al contraerse la actividad económica. Desde el inicio de su mandato, profundizó los programas sociales que había iniciado Lula, además de fortalecer los programas educativos, apoyando a jóvenes de bajos recursos a ingresar a las universidades. Adicionalmente, desarrolló obras de infraestructura e invirtió en proyectos de energía renovable. Sin embargo, muchas de estas acciones no fueron sostenibles en los siguientes años,

Durante su presidencia, enfrentó la caída en los precios de las materias primas (commodities), lo que afectó de manera importante el crecimiento de la economía brasileña, cuyo modelo económico desde tiempos de Lula, estaba basado en la exportación de estos bienes (principalmente petróleo). Esta caída en los términos de intercambio, provocó una reducción en las exportaciones y el PIB. El impacto sobre las finanzas “aparentemente sanas” que había heredado fue significativo, alcanzando un déficit de 1.9% del PIB en el año 2015, que parece bajo para los niveles que vemos actualmente, pero fue la primera vez en más de una década que Brasil registró un resultado fiscal negativo.

Además de la caída en el PIB y el deterioro en las finanzas públicas, Dilma tuvo que enfrentar los escándalos de corrupción en Petrobras y otras empresas del gobierno, que aunque habían sido descubiertas desde la administración de Lula, la crítica se exacerbó durante su periodo presidencial. Adicionalmente, fue acusada de retrasar pagos a proveedores del gobierno para disimular las cifras del déficit fiscal. Estos hechos dañaron seriamente su imagen y la de su partido. Por otra parte, su falta de carisma y su percepción de ser una “tecnócrata”, mermaron su capacidad de negociar con el Congreso y de mantener alianzas políticas.

La gran esperanza de una mujer con ideas de izquierda muy arraigadas y con un enfoque claro hacia la justicia social, terminó en su destitución (“impeachement”) en el año 2016. Le faltó flexibilidad para navegar en un entorno diferente, donde los términos de intercambio de Brasil y, por ende, sus exportaciones y su crecimiento económico, sufrieron severamente. Su parte ideológica dominó a su parte pragmática, lo que le impidió responder con imaginación y creatividad a los cambios que enfrentó.

Otro caso similar, es el de Anthony Eden, quien gobernó a la sombra de un líder sumamente carismático, como lo fue Winston Churchill. Eden, provenía de una familia aristocrática, estudió en las mejores escuelas inglesas, primero en Eaton y luego en Oxford. Este político del Partido Conservador tuvo una excelente carrera como Ministro de Relaciones Exteriores en los años 1935-1938, donde renunció al cargo al oponerse a la Política de Apaciguamiento de Gran Bretaña con Alemania. Regresó al Ministerio en 1940-1945 y 1951-1955, bajo los gobiernos de Churchill, su mentor. Eden, asumió el cargo de Primer Ministro de Gran Bretaña en el año 1955, cuando Churchilll renunció al cargo por enfermedad. Tal vez su mayor reto, como Primer Ministro, fue la crisis de Suez, cuando el líder populista, Abdel Gamal Nasser nacionalizó el Canal de Suez, que era el principal conducto para transportar bienes de Asia a Europa, ya que el canal cruza desde el mar Rojo hasta el mar Mediterráneo.

Para Inglaterra y Francia, la nacionalización o expropiación del canal era una afrenta directa contra sus intereses económicos. Decidieron hacer una alianza con Israel para coordinar un ataque en el año 1956, donde recuperaron el canal. Sin embargo, Anthony Eden nunca consideró que el apoyo incondicional de Estados Unidos a Gran Bretaña, podría no materializarse. La relación que Churchill había establecido con Roosevelt durante la Segunda Guerra, no era heredable y el presidente americano, Eisenhower decidió no apoyar a Gran Bretaña para no confrontar a la Unión Soviética, ni a los países árabes.

Para Eden, cuya carrera política había sido sumamente exitosa, el ego y su afán de superar la imagen de Winston Churchill, su ex jefe y mentor, lo llevaron a tomar medidas poco premeditadas que causaron su salida del gobierno en el año 1957, ante el desplome de la Libra Esterlina y el regreso del Canal de Suez a Egipto.

Ahora analizaré el caso de Anwar Sadat, presidente de Egipto de 1970 a 1982. Sadat nació en 1918, cuando el Imperio Otomano fue desmembrado y los británicos tomaron el control económico de Egipto. A pesar de provenir de una familia de bajos recursos, logró ser admitido en la Real Academia Militar de El Cairo, donde conoció a otro joven oficial llamado Gamal Abdel Nasser, quien conformó el movimiento de los Oficiales Libres, un grupo revolucionario clandestino, que unos años después derrocó a la monarquía. Nasser, quien se convirtió en su mentor y jefe, llegó a la presidencia en 1954. El destino de Sadat siempre estuvo ligado al de Nasser, quien libró tres guerras contra Israel; la Guerra de 1948, la Guerra de Suez en 1956 y la Guerra de los Seis Días en 1967, donde fue derrotado por Israel, lo que fue un golpe terrible para él y para Egipto. Sin embargo, a pesar de su fracaso militar y de su mala gestión de la economía, Nasser siempre fue idolatrando por su pueblo.

Cuando Nasser murió en 1979, su vicepresidente, Anwar Sadat, asumió la presidencia. El nuevo presidente no contaba con el carisma de su antecesor y, además, era bien sabido que Nasser elegía a sus vicepresidentes y miembros de gabinete entre subalternos leales que no representaran una amenaza. Sus colegas veían al nuevo presidente como alguien fácil de controlar. En los seis meses posteriores a su nombramiento, Sadat tomó una serie de decisiones inesperadas que iban en contra de las políticas de su antecesor. Sus rivales empezaron a tramar un golpe militar, pero el presidente los descubrió y los sustituyó esa misma noche, en un movimiento que se conocería como la “Revolución Correctiva”. Su acción decisiva lo consolidó en el poder, pero Sadat se encontraba en una encrucijada; por una parte, necesitaba conservar el vínculo con la imagen de Nasser para mantener la legitimidad popular, pero por otra, necesitaba dar un viraje para cambiar el rumbo de su país, ya que las medidas populistas de Nasser en su mandato de 25 años, provocaron que Egipto enfrentara graves problemas económicos.

El 6 de octubre de 1973, Sadat tomó la decisión de atacar sorpresivamente a Israel, conquistando los Altos del Golán y el desierto del Sinaí. Después de la sorpresa inicial, Israel pudo recuperar los territorios, pero los miles de muertos y heridos de ambos bandos, hacían parecer imposible cualquier acuerdo de paz. En ese complicado entorno, Sadat tuvo la madurez y la imaginación de dar un paso inesperado; rompió el status quo para abrir la posibilidad de negociar con Israel con el apoyo de Estados Unidos.

Como comenta Henry Kissinger en su libro “Liderazgo”: “En su mente, la existencia de Israel no era una amenaza para la de Egipto; pero la guerra si lo era. Esta amenaza podía eliminarse con un proceso de paz”. La visión que tenía Sadat de una nueva negociación, no podría haberse logrado sin la participación de la Primer Ministro israelí Golda Meir y sus sucesores. Al entrar en las negociaciones, Israel aceptó la posibilidad de ceder territorio por primera vez en su historia. El acuerdo de paz entre Egipto e Israel firmado en 1978 ante la presencia del presidente norteamericano Jimmy Carter en Camp David, ha persistido a pesar de las grave fricciones en el Medio Oriente. Sadat logró despojarse de la enorme carga e influencia de su carismático antecesor y mentor, quién le había dejado muchas ataduras para poder gobernar. El líder egipcio mostró una transformación interna, una gran tenacidad y una gran imaginación para lograr la paz.

Las lecciones aprendidas de los tres personajes analizados en este artículo, pueden ser una guía en estos momentos. De Anwar Sadat, aprendemos la necesidad de controlar con decisión y fuerza a los aliados del antecesor, como lo hizo adecuadamente durante su primer año de gobierno. De Anthony Eden, aprendemos de su gran error durante la Crisis de Suez; no poder controlar su ego ante la gran sombra del antecesor, cuya imagen era muy difícil de sobrepasar. De Dilma Rousseff, aprendemos de sus errores; permitir que la ideología supere al pragmatismo y no darse cuenta que el mundo cambió. En este sentido, tal vez la lección más importante la dejó Anwar Sadat, que fue capaz de dar un cambio de ciento ochenta grados para lograr la paz.

Mexico enfrenta retos muy importantes. En el frente externo, existen las amenazas del candidato electo Donald Trump de imponer aranceles a las importaciones de productos mexicanos, de expulsar a millones de indocumentados e incluso de atacar laboratorios de fentanilo en este lado de la frontera. En el frente interno, además de los graves problemas de inseguridad, el legado de gasto social que dejó Andrés Manuel Lopez Obrador, que no parecía un riesgo para las finanzas públicas en épocas de gran liquidez internacional (con tasas de interés internacionales muy bajas), puede representarlo ahora, en un entorno de menor crecimiento. La primera mujer presidente de Mexico no la tiene fácil; la gran ascendencia que tiene su antecesor sobre los miembros de su partido, los senadores y diputados e incluso dentro de su gabinete, pueden ser un lastre importante. Por otra parte, el entorno que enfrenta nuestro país ha cambiado de manera drástica. Aprender de gobernantes que han vivido situaciones similares en el pasado, es determinante,

Termino este articulo con una frase de las memorias de Anwar Sadat: “Quien no puede cambiar el entramado mismo de su pensamiento, nunca será capaz de cambiar la realidad”.

* El autor es economista y financiero, Consejero Independiente y Profesor de la materia Historia Económica del Siglo XX en el ITAM.

Moisés Tiktin, economista, consultor y consejero independiente.

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