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La monetización del sueño

En la actualidad es posible ducharse con la prótesis en las manos (el smatphone), porque alguien diseñó, patentó y vendió bolsas especiales para ello. Podemos ingresar con ella a un tobogán acuático, a una piscina, al mar mismo si se quiere. Estar permanentemente conectados en un avión, incluso cuando este está cargando combustible debido a que algún cerebro de la electrónica logró eliminar la molesta necesidad de tener que poner la prótesis en modo avión. Incluso, las aerolíneas ofrecen la posibilidad de viajar conectados y chatear entre los pasajeros de un vuelo a través de las pantallas de los asientos.
Sea por ocio o necesidad, la conectividad excesiva repercute en la productividad laboral. Esto lo saben bien los ingleses, donde una empresa de Reino Unido comenzó a vender hace un par de años un excusado incómodo para que los trabajadores no perdieran tiempo en el baño, y recuperar así la productividad que se contaba ya en millones de euros. Se llama Standard Toilet y tiene una inclinación de 13 grados que lo hace verdaderamente incómodo. Su objetivo, reducir el tiempo en uno de los lugares donde, según expertos, más nos entretenemos. Un entretenimiento que cuesta a las empresas millones de pesos, dólares y euros. Algunos de los encuestados en Gran Bretaña reconocieron pasar hasta 28 minutos al día en el baño en su jornada laboral. Si sumamos este tiempo al padecimiento del Coste de cambio, esto es, al tiempo que tardamos en recuperar el nivel de concentración en lo que estábamos haciendo antes de ser distraidos por un dispositivo digital (que está por arriba de los 25 minutos según estudios recientes de psicología laboral), hablamos de casi una hora. Si consideramos además que las interrupciones digitales del Coste de cambio son constantes hay que ir sumando. Por algo empresas como Apple ofrecen la posibilidad de escribir en modo Focus, una función que nos permite trabajar sin distracciones y tener un mayor grado de concentración.
Nos estamos jugando la atención humana. Y es que nos desarrollamos en un ecosistema en el que, como bien señala Johann Hari, todos los días se vierte ácido a nuestra atención, al mismo tiempo que nos exige culparnos y mejorar nuestros hábitos. No son pocos los amigos, conocidos y colegas que comenzaron el año siguiendo el reto de un grupo de influencers que les hizo creer que el mejor horario, en el que somos más productivos, en el que podemos avanzar sin distracciónes en nuestros compromisos diarios, comenzaba a las cinco y media de la mañana, luego de escuchar una conferencia motivacional por parte de los organizadores del reto. En lo personal, nunca he simpatizado con este tipo de porristas mentales. Por el contrario, creo que la productividad es una cuestión de actitud personal, compromiso laboral y hábito profesional.
Recientemente me enteré que una poderosa empresa tecnológica está desarrollando una aplicación para que la gente pueda trabajar mientras duerme. Sí, la monetización del sueño. Y no sé por qué este tipo de notas ya no me asombran. Se trata de un proyecto llamado Prophetic AI, que haría posible que las empresas comiencen a trabajar con personas durante sus sueños. Estaríamos ante la última frontera quizá del acelerado crecimiento (que no desarrollo) tecnológico. Entre otras cosas porque dicho proyecto echaría por tierra el Reparto Vital del Tiempo, mejor conocido como la Regla de los Tres Ochos del empresario y filántropo Robert Owen. Y qué decir de las arduas luchas sociales que lograron establecer las jornadas laborales que hoy tenemos, mermadas ya por la domiciliación del trabajo, la escuela, el entretenimiento y hasta la comida. Ahora bien, dudo que esta monetización del sueño pueda implementarse de forma sencilla en la legislación laboral. El dispositivo que realizaría este trabajo lleva por nombre Halo y promete controlar el sueño aparentando ser una simulación. Neuroestimulación no invasiva, lo llaman. Un sistema instrumental orientado a la activación de estados de ensueño consciente.
Hace algunos años Elon Musk intentó algo similar con su denominado Neuralink. Es decir, no es la primera vez que se empeñan en llevar a cabo este estado de alucinación en plan Matrix. Tampoco es la primera vez que se están invirtiendo cantidades millonarias de dólares y calculando ventas igualmente millonarias en un proyecto tan deshumanizante. Paul Virilio tenía razón al advertir que el límite último de la filosofía era el fisiológico; que la evolución, como la conocíamos, había llegado a su término en el momento que la tecnología invadió el cuerpo humano. Desde entonces, del marcapasos a nuestros días, se nos adhirió a la piel. Predijo incluso que llegaría a ser untable como las cremas. Lo cual ocurrió, los wearables, el reloj pulsera y todo tipo de tecnología vestible dan cuenta de ello. Smartwatches, tenis deportivos con GPS, pulseras que controlan el estado de salud y materiales como el grafeno, con el que se están desarrollando teléfonos inteligentes para portar como brazaletes. De la piel electrónica ya no hablamos porque acabaríamos analizando las manos como extensiones de las máquinas.
Si el polémico tweet (aún se llamaba Twitter) del CEO de Netflix, Reed Hastings, en el que señalaba que el sueño era su única competencia, los dejó patitiesos, muy pronto la monetización del sueño los dejará sin dormir. Netflix comienza a tener competencia Mr. Hastings. Cuando el mercado de Netflix cierre las percianas, vendrán otras compañías al relevo proponiendo rolar turnos. Pasarán la cuenta a Morfeo mientras cotizan nuestros sueños en bolsa. Ya no seremos dueños ni de nuestras pesadillas. ¡Wow! Un gran argumento para una serie de Netflix.