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Como una sombra por la vida

Solo recuerdo que llovió todo el día y toda la noche, y que cuando le pregunté a mi padre si el cielo lloraba le faltó la voz para responderme.
Ruiz Zafón
La historia nunca se repite de la misma manera, cada instante es diferente, cada sorbo de café, melancolías al unísono, dentro de las tempestades de una revuelta con un guion tejido a mano, hilvanado en la ociosidad de otras conciencias, que lejos de reclamar, lamentan la aprobación del infortunio.
Nuevamente a 33 mil pies de altura, nos sale al paso la inseparable de los recientes viajes, con un poco más de prisa, en los tiempos que nos queda menos tiempo, y la vida se acorta, como la sonrisa que antes era carcajada, o el llanto sordo que ahora es solo suspiro en ansiedad.
No hay eternidad a la vista, no la ha habido nunca, menos ahora, no imaginamos el final, ni el miedo se apodera de la escena principal, la respuesta puntual al pasado, ese que golpea fuerte por las ausencias, cada vez más sentidas, en el añorar la bondad ante la maldad de un mundo desquiciado, aún con el infierno y la soledad sin descifrar.
Estamos ante la ridícula farsa de lo previsible, todo es parafernalia, juegos de palabras, discursos huecos, sin profundizar en el análisis, sin síntesis, sin argumentos válidos, con una juventud una vez más utilizada ante la inoperancia de lo ridículo.
Somos parte y nos gusta y lo degustamos, de una gran generación de mexicanas y mexicanos atrevidos, con objetivos y metas truncas, ilusiones extraviadas, mítines no asistidos, consignas sin pretextos y marchas al infinito con razones suficientes.
Probablemente nos queda tiempo para una siesta el mediodía, en una hamaca de hilos multicolores, recordando el corredor de la abuela Brillante y ese sillón mecedor con descanso de pies, inolvidable, esa mi niñez fue un lujo que nunca divisamos, con inmensos aguacates verdes, que caían de la mata de un patio pequeño con todo y pozo, además de un par de aljibes.
Leer y releer a Zafón es un encantamiento glorioso, nos transporta junto a la imaginación, en la conciencia de lo posible, de la creación de espacios en mi pueblo, ese de calles de arena y conchuela, sí, mi pueblo, esa Isla de Carmen bendita por todos lados, con su majestuoso monumento a nuestra bandera, orgullo nacional, que hemos ido dejando de lado.
No hay héroes sin batallas ni políticos sin causas de las mayorías, sin demagogia veo un mejor Carmen, transformada en Ciudad, con esa limpieza general que enamora, y el viento que sopla tenue desde el malecón costero, transitable a todas horas.
En las alturas imagino el paso siguiente, el reto acotado, la respuesta a mis instintos, en la sobriedad de la vagancia, sin perjuicios, sin malas intenciones, sobreviviendo por siete meses, con la asistencia de lo invisible, que se hizo sentir y nos aguarda un sinfín de agradecimientos, porque no hay final dibujado en el rostro antes de la sucesión de hechos, esos que deseamos y procura la individualidad en libertad de todo un poco, los excesos como los extremos, separan, irrumpen en la rutina, pero atesoran los recuerdos.
Como una sombra por la vida padecemos, sin los figurativos, o los desfiguros, andanzas de los hijos, pasos más lentos hoy que ayer, pero no nos rendimos ante los años y la acumulación de experiencia, no de cansancio.
En esta causa de aportar en una sociedad plural, soy un hombre afortunado y feliz, con ese concepto de no minimizar ni un momento, sino al contrario, magnificar y multiplicar a favor de esa juventud que debe atreverse a leer, y a cambiar los cursos naturales de cada historia sin histerias de por medio.