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¿Qué es la bioeconomía y por qué está transformando los sistemas alimentarios como los conocemos?
Por Salvador Sánchez, Socio de Agronegocios de Deloitte Spanish Latin America.

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Desde ya hace algún tiempo está en la conversación la descarbonización o por lo menos del "decoupling" de la economía basada en los combustibles fósiles. En Europa desde hace unos años se han incorporado tecnologías más amigables con el medio ambiente para reducir las emisiones de CO2 y de otros gases GEI, proceso que se está apoyando en gran medida en el campo, junto a otros sectores.
La hipótesis es cambiar los combustibles fósiles por biomasa agrícola para generar bioenergía, etanol y biodiésel, hidrógeno verde o biomateriales como sustitutos del plástico o la piel. Es decir, la biomasa es el nuevo petróleo. Esto no es nuevo, lo que es nuevo es la escala en la que se está haciendo, ya que ahora no solo Norteamérica sino también en países como Argentina, Brasil, Colombia y Costa Rica, así como el ensamble del ecosistema, los cambios de los consumidores y la infraestructura, aunado al involucramiento del gobierno que quiere facilitar el proceso en aras de cumplir tanto objetivos de soberanía energética como de ir cumpliendo los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
En el caso de México, ya cuenta con una estrategia en bioeconomía que acaba de lanzarse a principios de este año, misma que está rezagada comparada con los otros países de la región. No obstante, es un buen inicio el cual le permite al país ir encontrando nuevos caminos hacia metas como la circularidad, el aprovechamiento de subproductos, los bioinsumos, la biología sintética, el mejoramiento de suelos, el acceso a los mercados de commodities ambientales como los son bonos de carbono y los bonos de biochar (carbón por pirólisis) que abren un horizonte nunca antes visto tanto para los productores como para los consumidores al tener recompensas por avanzar en cuestiones de conservación y de regeneración ambiental.
Sin embargo, existen retos importantes a considerar para que este tipo de proyectos se puedan realizar, el principal es la falta de mecanismos de financiamiento necesarios para hacer realidad la transición hacia procesos más amigables con el medio ambiente, en específico en la etapa inicial cuando la inversión no tiene retornos inmediatos y el gobierno ha desmantelado organismos que tenían esta función de mitigación de riesgos como la FND y el FOCIR, que por tantos años estuvo apoyando las ecotecnologías como los biodigestores y paneles solares. Muchos de estos proyectos, se han logrado en otros países a través de APP (Alianzas Público-Privadas) en donde universidades, gobierno y hasta organizaciones de productores comparten inversión, trabajo y riesgo. Otra limitante es la falta de incentivos para investigación, desarrollo e innovación (I+D+i). Para lograr la transición hacia sistemas alimentarios más circulares y regenerativos no hay recetas universales, principios sí, pero cada caso y cada cadena de valor es única y debe ser revisada a detalle por productores, expertos e investigadores para poder encontrar soluciones duraderas y rentables. Si no hay este ecosistema bien ensamblado, los productores se encuentran aislados y francamente están ocupados para pensar en nuevas cuestiones que los desenfocan de su negocio nuclear.
Sin embargo, existen varios casos de éxito en el país que bien vale la pena compartir. Desde empresas que están haciendo sustitutos de piel animal con los residuos del nopal, hasta cooperativas que están haciendo cantidad de productos con los desperdicios del plátano en el sur del país, como productores de bioenergía en los altos de Jalisco, como procesadores de desperdicios de alimento para hacer composta, como grandes establos que tienen biodigestores que capturan metano y ayudan a la eficiencia energética.
En conclusión, la bioeconomía representa una oportunidad transformadora para los sistemas alimentarios y otras industrias, al promover el uso sostenible de recursos biológicos y reducir la dependencia de los combustibles fósiles. Para que esta transición sea exitosa, es fundamental contar con un ecosistema bien estructurado que incluya financiamiento adecuado, incentivos para la investigación y el desarrollo, y una colaboración estrecha entre gobiernos, universidades y el sector privado. Los casos de éxito en diversos países demuestran que, con el apoyo adecuado, es posible avanzar hacia un futuro más sostenible y regenerativo. México, aunque rezagado en comparación con otros países de la región, tiene la oportunidad de aprender de estos ejemplos y adaptarlos a sus propias necesidades y contextos. Al hacerlo, puede impulsar un desarrollo económico y ambientalmente responsable, beneficiando tanto a los productores como a los consumidores y contribuyendo al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).