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La historia detrás del “teporocho”: El té que se vendía por ocho centavos en la antigua CDMX
El “té por ocho centavos” nació como una infusión de canela o naranjo con aguardiente que alimentaba y reconfortaba a los trabajadores en la Ciudad de México posrevolucionaria.
En las décadas posteriores a la Revolución, cuando un jornalero ganaba apenas entre 25 y 50 centavos por un día entero de trabajo, la alimentación giraba en torno a lo esencial. Frente a esa economía apretada, gastar ocho centavos en una bebida significaba elegir un sustituto momentáneo de la comida. El “té por ocho” era un recurso gastronómico tanto como social: calentaba, calmaba la resaca y daba energía para empezar la jornada.
Aquellas preparaciones eran simples y profundamente mexicanas. Canela, hojas de naranjo o hierbas de temporada se infusionaban en agua hirviendo sobre anafres instalados en barrios obreros como la Doctores o la Obrera. Lo que les daba su carácter era el “piquete”: aguardiente de caña, destilado barato, fuerte y accesible que se convirtió en el alma de la mezcla. Dulce, especiado y con el golpe seco del alcohol, el “té por ocho” era un elixir cotidiano que respondía a la necesidad de un pueblo que aprendía a sobrellevar el hambre y el frío con ingenio.
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Puestos que eran cocinas de barrio
Las encargadas de preparar estas bebidas solían ser mujeres que, desde la madrugada, encendían los anafres y servían tazas a obreros, artesanos y bohemios. No eran cafeterías elegantes ni bares clandestinos, sino cocinas improvisadas que cumplían la función de refugio gastronómico.
Holding a plastic cup of yellow drink. High quality photo
El origen gastronómico del término es claro: “té por ocho” reducido fonéticamente a “teporocho”. Pero lo que en un inicio nombraba una bebida callejera terminó señalando a sus consumidores. La carga social vino después, cuando el cine y la literatura popular fijaron la imagen del “teporocho” como personaje urbano. No obstante, en su raíz, la palabra es testimonio de una práctica culinaria que dio identidad a los barrios y sostuvo cuerpos y espíritus con una bebida caliente y alcohólica.
Hoy esos tés ya no se sirven por ocho centavos y los anafres de la madrugada desaparecieron con el tiempo. Lo que queda es la memoria de un brebaje que formó parte de la gastronomía popular: una mezcla que mostraba cómo la cocina mexicana ha sabido siempre reinventarse para alimentar incluso con lo mínimo.