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Arte e Ideas

Lectura 4:00 min

La inesperada virtud de Iñárritu

Con esta cinta, el cineasta mexicano define un nuevo camino para su carrera.

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Birdman es una bomba. Le llevó a esta reseñista varios días de proceso poder escribir sobre ella. Y es que la nueva cinta de Alejandro González Iñárritu es no sólo su obra más intensa, es también la mejor lograda. Simplemente, la mejor película de su celebrada, aunque controversial, filmografía.

Controversial porque genera opiniones extremas. Por ejemplo, hay quien ama las abigarradas Biutiful y 21 gramos y hay quienes, como yo, odiamos esas cintas precisamente por lo artificiosas, acaso tramposas.

Ahora hay algo que no se le puede reprochar a González Iñárritu: tiene una visión. Todas sus obras se sienten personales, todas son tragedias en el sentido más estricto. Sus personajes siempre pierden frente al destino.

Pero Birdman o la inesperada virtud de la ignorancia abre su propia brecha en la carrera de su creador. Es un nuevo momento: el de la madurez creativa. Parece que el director siente, al fin, que puede contar una historia sin mayores afeites y amaneramientos churriguerescos y hacerlo de manera irreprochable. Es la inesperada virtud de González Iñárritu esa de alcanzar la grandeza.

Altos vuelos

Riggan Thomson (Michael Keaton en una actuación impecable) alguna vez fue una estrella. En los años 90 hizo una trilogía de películas de superhéroes. Era Birdman. Y desde entonces se le quedó el nombre: es el tipo de Birdman, no un actor, sino el tipo que se metía en el traje del pajarraco.

Y la voz de Birdman persigue a Riggan. Es de hecho la voz de Birdman la que nos da la bienvenida a la historia: Este lugar huele a bolas , dice. Y Riggan nos da la espalda porque está en su camerino meditando. Flota en el aire como un místico. Tiene poderes telequinéticos.

Riggan no es sólo él mismo, también es Birdman. O, más bien, es el prisionero de Birdman. Y como táctica de escape, para recuperar el respeto perdido, para demostrarle al mundo que es un actor, Thomsom recurre al teatro.

Con el dinero que le queda, Riggan se ha producido un vehículo actoral para estrenarse en Broadway. Cuando era adolescente, Riggan actuó en una obra de teatro escolar; a la función fue el escritor Raymond Carver, quien tuvo el gesto de mandarle una nota de agradecimiento. En ese momento Thomsom supo que iba a ser actor.

Bueno, pues en homenaje a ese momento iniciático, Riggan ha adaptado para el escenario ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?, una de las obras maestras de Carver.

La película sucede en un par de días de ensayos de la obra. Y es fascinante. Es un baño en el ego del actor, en la desesperación, en el miedo de enfrentarse al público. Bien dicen que actuar es como enfrentarse al toro en el ruedo. Es también una búsqueda de la verdad: ¿las intenciones de Riggan, la búsqueda del respeto y el prestigio, son razones honestas para hacer una obra de teatro?

Puro fuego

Todo esto puede sonar muy abstracto, muy intelectual, pero en la cinta es puro fuego. El público comparte la angustia y la gloria. La sensación de que hay algo vital en juego está presente todo el tiempo. A eso también hay que agradecer al truco fotográfico que convierte a la cinta en una toma continua, cortesía de la genialidad de Emmanuel Lubezki.

En algún momento uno de los actores queda indispuesto y se incorpora a la obra Mike Shiner (Edward Norton, maravilloso), la joven sensación de Broadway. Shiner es puro talento pero también es un hijo de perra capaz de ligarse a la vulnerable hija de Riggan (Emma Stone).

Birdman rezuma ironía como las paredes de un teatro antigua rezuman humedad. No es casualidad que Michael Keaton, el gran Batman de Tim Burton, sea el protagonista. En un juego de espejos la película demuestra un punto: hoy en día los grandes actores, los Fassbender, los Downey Jr, Jeremy Renner y Woody Harrelson, hacen su carrera en el cine de superhéroes. Y tienen respeto. ¿Por qué Riggan no puede ser como ellos? ¿Le llegó temprano la capa de cómic?

La cinta tiene muchas resonancias y no pueden mencionarse todas en una reseña. Hay que verla y dejarla que penetre la piel. Y el final: el final es...

concepcion.moreno@eleconomista.mx

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