La cultura también es dinero

En el siglo XIX, albores del capitalismo contemporáneo, John Stuart Mill, el principal filósofo del liberalismo económico, expulsó a la actividad cultural del ámbito económico. Trabajo improductivo catalogó a todo arte y toda actividad intelectual; trabajo, pues, que no debía agregarse a la producción económica de un país.

Más de un siglo después, sabemos Mill se equivocó de palmo a palmo: lo último que haría, digamos, la economía norteamericana sería dejar fuera de su PIB la actividad económica generada por Hollywood.

Sin embargo, la huella de Mill perdura. La idea de que la cultura pueda ser un motor económico sigue pareciendo sumamente exótica en muchos países, entre ellos México.

Otros piensan que la cultura es un trabajo demasiado elevado para vulgarizarlo con asuntos del sucio dinero.

Por eso Economía cultural para emprendedores es un libro importante. Compilado por Eduardo Cruz Vázquez, quien lleva décadas de trabajo en el periodismo y la gestión cultural, el volumen reúne ensayos de todo tipo de expertos en el tema. Desde teóricos que proponen enfoques reflexivos para crear el fondo académico que estudie la economía de la cultura hasta (muy importante) empresarios culturales que comparten sus experiencias.

De la lectura de varios de los ensayos, se llega a esta conclusión: es posible crear empresas totalmente independientes, ajenas al omnipresente apoyo estatal, que hagan buena música, arte, literatura, y también dinero. ¿Por qué no podría una orquesta de cámara ser considerada una empresa? ¿Por qué no podría un escritor aspirar a vivir de lo que escribe y no de una beca o de alguna canonjía gubernamental?

Muy atractivo es el texto de Federico González Compeán, director general de la Compañía Interamericana de Entretenimiento, cuya subsidiaria OCESA es la principal organizadora de conciertos de rock y pop en América Latina.

González Compeán narra su inicio en la organización de conciertos por su sufrimiento de fan: las bandas no venían a México y cuando venían los conciertos eran un verdadero desastre por la mala organización. De milagro no hubo muertos , recuerda el empresario de aquel concierto de Rod Stewart en Querétaro en 1989.

CIE nació de esa ventana de oportunidad: había un público que necesitaba con urgencia una empresa que se dedicara a organiza grandes conciertos con seguridad, comodidad y un espectáculo de alto nivel. Hubo, además, un afortunado cambio en las políticas para la organización de eventos públicos en el DF (después seguiría el resto del país) y dos décadas después México está convertido en entrada obligatoria para todo rockero que quiera conquistar el mercado latinoamericano.

Cruz Vázquez también recoge las experiencias de los miembros del Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura de la UAM-Xochimilco.

Dos de ellos participan con textos muy importantes: Víctor Ugalde, presidente de la Sociedad de Directores de Cine, que hace una revisión de la historia económica del cine mexicano durante los últimos 20 años (los del llamado Nuevo Cine Mexicano). Angélica Abelleyra hace un mapeo de la empresa cultural, dándole la palabra a emprendedores de negocios exitosos como la Editorial Sexto Piso, la librería Conejo Blanco y la revista La Tempestad.

Hay un texto sobre cómo un creador puede hacer su propia empresa cultural, un análisis sobre la reformas que el estado mexicano debe hacer para aumentar la libertad económica en materia cultural, un muy completo análisis sobre cómo se organiza un festival (el caso del Festival Fronterizo Interzonas de Tijuana) y un muy curioso ensayo sobre el valor económico del idioma español, una medición que se está haciendo en España.

FICHA:

Economía cultural para emprendedores.

Editado por la UAM y la Universidad Autónoma de Nuevo León.